Paysandú, Lunes 30 de Julio de 2012

Pese a todo, parece mejorar la conciencia medioambiental

Opinion | 23 Jul Transcurrió, como se esperaba, sin resultados valederos a la vista, la Cumbre Río + 20 de las Naciones Unidas, celebrada en junio, confirmando lo que señalábamos días previos en el sentido de que poco y nada podía esperarse de foros multitudinarios en los que se cruzan opiniones, acusaciones y posturas a veces delirantes, entre extremos que por un lado pretenden que las cosas sigan como hasta el presente --porque son los beneficiarios-- y por el otro están las posturas de sectores ecologistas que se sienten dueños absolutos de la verdad --como los activistas de Gualeguaychú-- y no admiten que se retire siquiera una piedra de un arroyo. Entre los asuntos recurrentes de la cumbre se planteó como un mecanismo innovador la forma como se mide la riqueza, dejando de lado el Producto Bruto Interno y creando una forma contable “verde” (ecologista) para medirlo, como concepto central, y de ahí cambiar los parámetros que se utilizan desde hace muchas décadas para las tablas comparativas.
Pero incluso la medición en beneficios verdes conlleva el riesgo de encerrarse en una única versión costo-beneficio, con acento en los perjuicios que traerían aparejadas las modificaciones en el ecosistema, sin tener en cuenta los beneficios que se derivarían en la calidad de vida de los habitantes de determinado país o zona por el emprendimiento, y a la vez evitar que siga la depredación y contaminación de los recursos naturales por grupos marginales, cuando con ingresos decorosos podrían dejar estas costumbres que se dan en muchas zonas de Africa y otros lugares del Tercer Mundo.
Los expertos consideran en este sentido que en general la “contabilidad verde” para medir el PBI puede terminar siendo más sesgada que las medidas tradicionales del PBI. Es así que el PBI verde incluye pérdidas no contabilizadas, por lo que en suma elude el problema del cálculo exagerado de la riqueza, sin contabilizar los beneficios, potencialmente mucho mayores, de la innovación y el avance tecnológico.
Incluso, podría traerse a colación que con estas condicionantes, las antiguas comunidades humanas no debieron haber talado bosques para mantener la riqueza forestal, pero no se tiene en cuenta que este avance de las comunidades permitió difundir la agricultura, mejorar la alimentación, crear y alimentar ciudades y promover la investigación tecnológica. Y este es un elemento inmedible desde la óptica del PBI de perfil ecológico.
En fin, más allá de esta insistencia en un aspecto muy discutible, igualmente la cumbre tuvo aportes positivos, a veces perdidos en la vorágine de exposiciones e “ideas”, muchas de ellas de dudosa aplicabilidad, por decir lo menos, más allá de las intenciones que en muchos casos apuntaron a cambiar el paradigma económico global.
En realidad, hubo posturas que tuvieron como común denominador una ponderación entre los delirios y los planteos extremistas, con las miras puestas en promover desde todo punto de vista los negocios sustentables, en contraste con la vigencia hasta no hace muchos años de la idea de buscar la rentabilidad a cualquier precio, aunque ello significara depredación y de saparición de ecosistemas enteros.
La buena señal surge del hecho que ya casi nadie discute que los emprendimientos deben ser amigables con el medio ambiente y la comunidad, y sobre todo desde el punto de vista económico se indica como un aspecto inherente al costo de las medidas de preservación del medio ambiente, de los elementos de tratamiento de efluentes y emanaciones, incluidos en todo proyecto en el esquema de costos, a la vez que internacionalmente los parámetros fijados para las inversiones son cada vez más exigentes en este aspecto.
Es así que incluso los empresarios que no perciben el vínculo de hacer negocios y el destino del planeta como tal, reconocen que la viabilidad de los contratos depende tanto de la preservación de los recursos naturales y de los ecosistemas saludables como de la estabilidad de sociedades más equitativas. Ello va de la mano con el aumento de la presión internacional para conservar los recursos naturales y reducir las brechas en la sociedad. La señal positiva también parte de los bancos y organismos multilaterales de préstamo, que controlan las variables de desempeño ambiental y social de los proyectos que financian, y son renuentes a financiar emprendimientos que no cumplen con estos requisitos elementales. A ello se agrega que los consumidores también han cambiado sus inclinaciones y apuntan –sobre todo en los países desarrollados, justo es decirlo-- a la compra de productos con garantía de cumplimiento de los estándares internacionales sobre el medio ambiente y la inocuidad de lo que ofrecen. Estos elementos suman, y más allá del saldo con gusto a poco que pueda quedar de la cumbre, no hay dudas que ha crecido el valor de la sustentabilidad de los emprendimientos respecto al medio ambiente y los recursos naturales, con una evolución en la relación entre el beneficio económico y el mínimo impacto posible sobre la disponibilidad de recursos naturales, lo que no es poco decir.


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