Paysandú, Lunes 06 de Agosto de 2012
Opinion | 03 Ago Hoy como hace diez años decimos que la crisis externa no nos afectará, que estamos más o menos blindados (depende quien lo diga) y que Uruguay tiene capacidad para sobreponerse. Lo mismo decíamos en 2001 cuando la grave crisis argentina. Y un año después el país vivió la recordada crisis de 2002, precisamente en agosto cuando por unos días (hasta el 5) estuvo suspendida la actividad bancaria.
Muchas veces sólo vemos lo que estamos dispuestos a ver y es probable que en este caso hayan prevalecido nociones muy arraigadas sobre la singularidad de nuestro país y su presunta capacidad milagrosa de quedar al margen. Tenemos casi un concepto futbolístico milagrero y pensamos que en el último minuto seguro que lograremos el triunfo, seguro que seremos héroes y seguiremos haciendo historia.
Pero la economía no es como el fútbol y no basta con la garra charrúa. Si para muestra basta un botón, diez años después seguimos convencidos que el descalabro económico internacional no puede afectarnos.
Y es que quizás la historia avala un poco ese candor triunfalista. En 1875 cuando la caída del Banco Mauá y la cesación de pagos del Estado además de una desenfrenada inflación, muchos pronosticaron el fin del Uruguay independiente, pero esa crisis fue seguida por un periodo de prosperidad sin igual.
Mucho más cerca, la crisis de 2002 no solamente tuvo enorme impacto en los bolsillos de los trabajadores, en las cuentas bancarias de los empresarios de todo nivel y en la economía en general, sino que tuvo otras consecuencias. Por un lado aceleró la expulsión por no tener qué más hacer de muchos compatriotas que partieron al exilio voluntario. También fue determinante para el movimiento de opciones de voto que determinó el triunfo del Frente Amplio en 2004.
La crisis tuvo una salida “a lo uruguaya”, partiendo del consenso de todos los sectores, trabajando por la unidad aún en tan difícil momento, soportando una recuperación global y fundamentalmente evitando una explosión social.
Esas si son las cosas que nos hacen diferentes, la manera de resolver las crisis. Pero lo malo es que han pasado 10 años y no hemos aprendido que somos tan frágiles como el resto de las economías y que cuando la crisis golpea en otras latitudes hay que prepararse de manera urgente.
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