Paysandú, Sábado 11 de Agosto de 2012
Opinion | 08 Ago ¿Para qué ir a Marte con todos los problemas que tenemos en la Tierra? ¿Si la NASA encontrara allí evidencias de vida nos lo haría saber a todos los habitantes del planeta Tierra? ¿Por qué negar el fenómeno OVNI pero buscar vida en Marte? ¿Qué impacto tendría en los órdenes político, religioso y social encontrar vida en Marte?
Estas preguntas son hoy pertinentes, horas después que el robot “Curiosity” posó sus ruedas en el cráter Gale del planeta Marte. Sin dudas, una proeza técnica extraordinaria, una obra maestra de la ingeniería humana. Motivan esta investigación las mismas ansias de descubrimientos y conocimientos que permitieron construir puentes, correr ferrocarriles, generar electricidad y convertirla en luz entre tantas aplicaciones, navegar, volar y comunicarse en un solo instante con la otra punta del orbe a través de la computadora.
Pensar que ir a Marte es despilfarrar dinero es probablemente errar el centro de la cuestión. No hay dudas que millones de personas en todo el mundo no están interesadas en explorar la geología y la historia de nuestro vecino cósmico. No tienen qué comer, qué beber, con qué vestirse. Mucho menos reciben educación o atención a la salud. Para ese creciente sector de desprotegidos ir a Marte carece de importancia. Extienden su mano en un urgente pedido de auxilio.
Y vaya si lo merecen. Deberían ser prioridad y para satisfacer sus necesidades apenas sería necesario reducir un poco --tan solo un poco-- la producción de armamento. Suena perverso criticar la inversión para descubrir un mundo nuevo, cuando aquí mismo en el nuestro se invierte más y más dinero en la industria de la muerte y de la destrucción. Y se hace oídos sordos al clamor de millones de desamparados.
El “Curiosity” es el nuevo enviado metálico desde la Tierra. Es un acercamiento para obtener conocimientos del rojo planeta que viaja a nuestro lado por el cosmos. En generaciones futuras, probablemente, el ser humano esté preparado para enviar una misión humana. Este es un primer paso. Demuestra que la inventiva no parece tener límites. Siempre hay un nuevo “allá vamos”. Esta vez no se trata de simplemente poner una bandera en un pedregal extraterrestre. Esta vez se trata de aprender. De satisfacer, aunque sea parcialmente, eso tan humano, eso que ha hecho progresar siempre a quienes aquí vivimos, que ha permitido pasar de la Edad Media a la era del desarrollo: la curiosidad.
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