Paysandú, Lunes 13 de Agosto de 2012
Opinion | 09 Ago Todo indica que de acuerdo a los tiempos legislativos, sobre fines de este año o principios de 2013 será presentado para su discusión en el Parlamento un proyecto de ley sobre emprendedurismo, que surgiera por iniciativa del senador oficialista Daniel Martínez, pero sobre el cual se está trabajando desde hace dos años por legisladores de todos los partidos para promover la creación de empresas y desarrollar el espíritu emprendedor en un país muy necesitado de estos aportes.
Para la redacción de este proyecto se ha consultado ya a diversos actores del denominado ecosistema emprendedor, con la perspectiva de enriquecer la propuesta y hacer de la ley una herramienta que comprenderá una serie de aspectos de la problemática del sector, para empezar por ordenar el tema del emprendedurismo.
El proyecto cubre aspectos educativos, de creación de empresas, de políticas para la implementación de incubadoras de emprendimientos, mecanismos de financiamiento y acceso a capital, además de plantearse evitar normas que supongan trabas burocráticas innecesarias a los emprendedores o desestímulo a la actividad económica.
En este contexto es de recibo el concepto expuesto por el senador Martínez respecto a las razones para promover un proyecto de estas características, al señalar que uno de los problemas que afronta Uruguay es la ausencia de “una cultura para generar cosas diferentes y de arriesgarse. Si bien hay alguna gente dispuesta a hacer cosas y a aceptar desafíos, en general es una sociedad que castiga al que se equivoca y no aplaude al que acierta”.
Por cierto que emprender en el Uruguay tiene formidables riesgos y pocas recompensas aún en el éxito. Por ejemplo, implementar cualquier desarrollo cuesta casi lo mismo en Uruguay que en Brasil o Estados Unidos, pero salvo algunas excepciones, por infinidad de razones el “techo” acá es mucho más bajo que en cualquiera de esos países, donde triunfar significa obtener ganancias infinitamente mayores a las que se pueden lograr en nuestro país. Aún así, emprender es una forma de estar en la vida, es una actitud que debería ser mucho más común, en beneficio de todos.
Para ello es preciso desarrollar jóvenes creativos, capaces de trabajar en equipo, tener liderazgo, asumir riesgos, desarrollar su capacidad de establecer metas y objetivos y alcanzarlos. Estos elementos son la excepción en una cultura uruguaya que no se caracteriza por promover este espíritu y por el contrario, existe una marcada manifestación conservadora que va muy en sintonía con la expectativa generalizada del empleo público seguro.
Ser empresario, del más pequeño al más encumbrado, requiere asumir riesgos, que puede ser una cosa natural para alguien que no tiene nada que perder y por ende todo para ganar, pero la cosa cambia cuando se trata de una empresa ya en marcha y se encuentra ante el desafío de invertir, innovar y reconvertirse, cuando resultaría más cómodo seguir haciendo lo mismo que hace veinte o treinta años.
Pero el campo no es todo orégano para quien tiene actitud emprendedora, porque las mejores ideas pueden quedar huérfanas si no se logra conseguir financiación, generar una red de contactos y contar con espacio físico donde instalarse, que son pruebas de fuego para quien intenta iniciar cualquier acometimiento. Este es un aspecto que puede ser cubierto por incubadoras de empresas, con el objetivo de ofrecer capacitación y oportunidades a nuevos emprendedores para que puedan administrar y potenciar su empresa.
La “inversión” en emprendedores es una apuesta muy valedera, porque del desenvolvimiento del sector privado productor de bienes y servicios depende el desarrollo de toda nación, sobre todo de aquellas que no cuentan con vastos recursos naturales pero han sabido superar estas carencias con el conocimiento, la tecnología y esta actitud que es la antítesis de la resignación y la mediocridad.
De esto se trata, precisamente, para cualquier país cuyos gobernantes y actores del tramado socioeconómico asuman –y actúen en consecuencia-- que la iniciativa privada es el motor de la economía y el desarrollo, que solo pueden subsistir a través del logro de una mayor eficiencia y productividad, ante un mercado de libre competencia, apostando a crecer, a la generación de riqueza y al reciclaje de recursos genuinos en el tramado socioeconómico del país.
Y el Estado no puede estar ausente en estos valores, sino que por el contrario, en lugar de obstaculizar y buscar “prenderse” rápidamente a través de impuestos y cargas sociales sobre las empresas, debe ser elemento catalizador, eliminando obstáculos y haciendo las veces de germinador, para luego sí cosechar, llegado el momento.
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