Paysandú, Miércoles 15 de Agosto de 2012
Deportes | 14 Ago El estadounidese Michael Phelps y el jamaiquino Usain Bolt fueron, sin lugar a dudas, los puntos más descollantes de los recientemente finalizados Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Pero, con el paso de las horas, habrá que comenzar a evaluar cuál fue el rendimiento de los deportistas uruguayos en la cita olímpica.
Está repetido hasta el hartazgo que la mejor actuación celeste fue la del laserista Alejandro Foglia, que logró colarse entre los 10 que disputaron la regata por el podio, en la que entró segundo, pero quedó relegado a un excelente e histórico octavo puesto dado que los puntos de la fase clasificatoria se acumulaban.
Y le sigue la de la joven atleta Deborah Rodríguez, que si bien no clasificó a la siguiente instancia de los 400 metros con vallas, logró el objetivo de quebrar el récord nacional.
El resto no tuvo destaque pero tampoco se puede hablar de fracaso más allá de alguna actuación decepcionante por lo que se podía esperar, como la de Andrés Silva.
De fracaso podría tildarse la actuación de algún deportista que pasara la vida entrenando, con becas importantes que le permitieran dedicarse solo al deporte. Que entrenara diariamente en un centro de alto rendimiento, que tuviera un permanente roce internacional, algo tan fundamental como todo lo anterior.
Fracaso sería si el Estado tuviera una política deportiva de primer nivel, apostando al deporte de elite desde la cuna.
Por eso, las críticas que llueven sobre los deportistas uruguayos cada cuatro años carecen totalmente de valor más allá de que a todos los uruguayos nos gustaría escuchar nuestro himno en el podio de cada disciplina que tuviera participación celeste.
Pero eso es prácticamente una utopía, salvo por la aparición impensada de algún deportista en un día iluminado, como sucedió por ejemplo con Milton Wynants, que en 2000 se colgó la medalla de plata.
Pero no hay que olvidarse cómo llegó el sanducero a los Juegos de Sydney. Sin bicicleta, sin que nadie apostara unos dólares a darle la mejor herramienta. Fue el propio Wynants el que, con dinero prestado, viajó a Buenos Aires para comprarse una “chiva” medianamente acorde a las exigencias. Eso sí: después estuvieron todos para la foto, y hasta apareció tras la medalla de plata, una bicicleta. Increíble.
Y la experiencia de Milton se vuelca a cientos de deportistas de buena madera, con futuro, que poco pueden hacer para desarrollarse en nuestro país y poder competir a nivel internacional en igualdad de condiciones.
Ni el eterno presidente del Comité Olímpico Uruguayo, Julio César Maglione, ni los gobiernos de turno, han cumplido. Parece que nadie está dispuesto a centrar sus fuerzas por una política deportiva seria, con fundamentos, que desarrolle el deporte uruguayo de verdad y que apueste al futuro. Quizás porque habrá cosas más importantes, aunque cada cuatro años el gobierno de turno hable --tras lo que muchos señalan como fracaso-- de proyectos, apuestas y las mil y una promesas que se olvidan en pocas semanas, sin que aparezca esa apuesta a largo plazo. Porque, no hay que engañarse, se necesita una política de Estado y no de un gobierno.
Por eso, la palabra fracaso es demasiado fuerte para que se tatúe en la piel de los uruguayos edición tras edición de la máxima cita del deporte mundial, cuando nuestros deportistas solo pueden aspirar a superar su mejor actuación.
Sin recursos, poniendo dinero de sus propios bolsillos, sin el roce internacional contínuo, sin un centro de alto rendimiento, para el deportista uruguayo es prácticamente imposible.
¿Fracaso? De fracaso puede tildarse la actuación de la selección uruguaya de fútbol, cuyos varios de sus jugadores anunciaron la pelea en lo más alto, y se quedó rápidamente por el camino con un plantel con varias figuras internacionales, experientes. Los futbolistas, a diferencia del resto de los deportistas celestes, lo tuvieron todo. Hasta viáticos y premios por presentación. Pero no supieron cumplir.
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