Paysandú, Miércoles 15 de Agosto de 2012
Locales | 14 Ago El tema que se analiza en el presente comentario ya ha dado motivo a otros anteriores, pero en razón de referirse a una forma de actuar que es frecuente, que está muy extendida, justifica que vuelva a ser motivo de análisis en esta columna.
Y hoy, una vez más, ha considerado indispensable volver sobre cuestión tan importante, dado el muy frecuente apartamiento de tal respeto, en las también muy frecuentes disidencias o discrepancias que se desenvuelven a través del periodismo, o en otros ámbitos, como es el caso, verbigracia, del parlamentario, y también en la vía judicial o administrativa, o en circunstancias en que lo que públicamente se expresa ha de ser difundido por diarios, radios o televisoras. Al respecto vuelve a recordar las enseñanzas que recibió cuando integró, hace ya varias décadas, el grupo de redactores del diario El Plata, que fundó y dirigió hasta su fallecimiento el Dr. Juan Andrés Ramírez, pues allí el respeto al contendor cuando se discrepaba públicamente era ejemplar.
Es sin ninguna duda algo que mucho preocupa que las disidencias, o controversias, refieran a temas importantes o sin mayor trascendencia o relevancia, tengan con frecuencia muy extendida el común denominador de la calificación agraviante, cuando no insultante, o afrentosa, para el contendor, tendiente a rebajar su prestigio, a atribuirle alguna cualidad desfavorable, y ello aun cuando la cuestión en debate no tenga mucha entidad o importancia.
Es algo muy serio que tales agravios o descalificaciones, que son ejemplos sin duda muy desfavorables acerca de la formación ética de sus autores, sean tan frecuentes, y ello indica lo necesario que es pugnar para que tan equivocada conducta sea corregida.
Pero, paralelamente, se debe señalar que tales conductas no tienen en verdad eficacia, cuando se controvierte, para la impugnación de la tesis o criterio que se discute, según enseguida se explica.
En efecto, para que una controversia sea eficaz, lo que corresponde es oponer a los argumentos del contradictor o contendor, otras razones o fundamentos que expliquen, debida y claramente, el error o la incorrección de la que él sustenta. Y al respecto debemos reiterar que pocas cosas pueden prestigiar tanto, y ser tan agradables de presenciar o de leer, como las contiendas públicas, o las desarrolladas en los estrados judiciales, desenvueltas sobre la base de razones, de fundamentos, de argumentos, expuestos con el respeto que corresponde hacia el contendor o contraparte. Y así lo señaló hace pocos años un magistrado cuando, ante un debate judicial realizado en su sede, insertó en la sentencia los siguientes conceptos: en un tiempo en que se canalizan desprecios, descalificaciones y agresividades, es reconfortante ver a dos profesionales abogados debatir con altura, dignidad, gallardía, respeto, consideración y fundamentos, sin perder por ello ardor y convicción en sus planteos, y efectividad en la defensa de los intereses contrapuestos que las partes respectivamente les confiaron.
Vale decir, agravios, insultos y descalificaciones no son aptos, no corresponden; sí se deben exponer fundamentos, razones. Como también ya se ha dicho, no se deben emplear en tales casos los adjetivos, sí los sustantivos.
Como en esta columna también se expresó, sería bueno que muchos se aliaran en una campaña firme y clara a favor de la erradicación de la equivocada práctica que se explica e impugna, atento a lo que significa como factor indebido y descalificante.
Por tanto, sería eficaz, y les aportaría respeto, que quienes se han enfrentado en una controversia se limiten a explicar --en la forma más precisa que les sea posible-- el contenido sustancial de sus fundamentos.
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