Paysandú, Domingo 19 de Agosto de 2012
Opinion | 19 Ago Recientemente el presidente José Mujica admitió, entre compungido y resignado, que es “imposible” hacer cambios en la educación en nuestro país, seguramente harto del palo en la rueda que sistemáticamente ponen los sindicatos del sector, porque pese al acuerdo político logrado en su momento con los partidos de la oposición, no se ha podido instrumentar siquiera una letra de lo que se había establecido como posibilidades para ir innovando en un sistema que no da respuestas, y tampoco hay “ambiente” en buena parte de la coalición de gobierno.
El jefe de Estado también consideró que “no hay que con qué darle” a la centralización de la enseñanza --si lo sabremos los que sufrimos esta discriminación en el Interior-- y en la óptica del mandatario “todo se resuelve de arriba para bajo y desde Montevideo” y ni siquiera su partido le “lleva” las ideas para combatir estos vicios.
En este escenario negativo y de reconocimiento de la cruda realidad por el presidente aparecen a la vez como proclamando su inocencia los propios sindicatos de la enseñanza que han contribuido en gran medida a crear este estado de cosas, pero sin dudas que en esta encrucijada en que se encuentra la enseñanza hay manifiestas responsabilidades, aunque no todas del mismo grado ni simultáneas.
Tenemos este panorama poco alentador cuando incluso las cifras indican que se ha incrementado sustancialmente el presupuesto para la enseñanza a partir de la Administración Vázquez, y en ancas de un incremento histórico extraordinario en la recaudación del Estado se han derramado cientos de millones de dólares adicionales para todas las áreas de la educación.
El grave error del gobierno radica en que se creyó --haciéndole caso a los sindicatos de la enseñanza y a los grupos más radicales dentro de la propia coalición-- que bastaba con aumentar los recursos para solucionar los problemas de la enseñanza, porque al parecer los por entonces bajos salarios que recibían los funcionarios justificaban los pobres rendimientos de los docentes y por lo tanto, se reflejaban en también bajos niveles de aprendizaje.
En respuesta a estos planteos lo que se ha hecho en estos últimos siete años es arrojar dinero a un barril sin fondo y lo único que se ha ganado es que los sindicatos sigan demandando más recursos. El problema es que en ningún caso se les ha exigido resultados ante los incrementos presupuestales, es decir identificar con precisión las áreas en las que se necesita mejorar y con la correspondiente evaluación determinar posteriormente si efectivamente ha surgido la evolución que se decía iba ser consecuencia de este mayor presupuesto.
Esta situación solo no la ve quien no la quiere ver, por el motivo que sea, y es indudable que más allá de la degradación de valores en el ámbito familiar, que se transmite a los niños y jóvenes que cursan la enseñanza, estamos ante un sistema que no da respuestas, con docentes que por regla general no están comprometidos con la causa, con honrosas excepciones. Mientras tanto, en las autoridades predomina una notoria prescindencia ante la gravedad de los problemas, a lo que debe agregarse una ideologización sistemática de las decisiones y voluntarismos que distorsionan aún más la realidad.
Incluso durante la Administración Vázquez se aprobó una “Ley de Educación”que solo otorgó más poder a los sindicatos de la enseñanza, que naturalmente, como todo gremio, no apuntan al interés general sino a obtener satisfacciones para su sector. Así llegamos a este “cóctel” de factores que nos han llevado al panorama de hoy.
Además los sindicatos han exacerbado la cuota de poder que se les ha concedido y ni siquiera admiten considerar que de alguna forma puedan reponer las horas de clases que se han perdido por paros, como les ha propuesto el presidente Mujica, quien solo ha obtenido un rechazo generalizado de los dirigentes gremiales al respecto.
En la enseñanza, por lo tanto, los responsables del caos proclaman una y otra vez que no tienen nada que ver con los problemas que han causado o contribuido a agravar, y estamos ante un gobierno desorientado, que solo trata de salir lo mejor parado posible de este entuerto, enfrascado en un cruce de acusaciones con la oposición, pero llegando al colmo del delirio cuando el ministro de Educación y Cultura, Ricardo Ehrlich, proclama el logro de que “se han alcanzado los niveles históricamente más bajos en rezago y ausentismo en Primaria y ha aumentado la cobertura en Educación Media”. Para reírse, si no fuera porque está hablando del Uruguay de hoy, que tanto nos duele.
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