Paysandú, Lunes 20 de Agosto de 2012
Opinion | 15 Ago Los uruguayos no tenemos mucha fama de ser puntuales. Por el contrario, somos conocidos por nuestra impuntualidad. Cualquier acto público puede demorarse entre 30 y 45 minutos porque a la hora de dar inicio hay muy poca gente. Se favorece así a los impuntuales, cuando debería ser lo contrario. Pero el deseo de que más personas participen de ese acto hace que sus organizadores esperen que la gente se reúna para comenzar. Otras veces la impuntualidad proviene de los propios convocantes.
Por supuesto, hay muchos problemas urgentes e importantes por los que solemos dejar de lado las cosas pequeñas de cada día que hacen funcionar mejor a un país. Este es el caso de la puntualidad, que venimos perdiendo a ritmo agigantado, pareciéndonos a los países que antes veíamos como desorganizados. Sin ir más lejos, el “estilo venezolano” donde casi no se respeta horario alguno.
Pero la puntualidad es una parte imprescindible de la estructura que un país necesita para transitar por el camino seguro hacia el desarrollo y que, además, permite ahorrar costos y hacer mejor cada cosa. Si eso se diluye surge el desorden o hasta la evasión.
Ser puntuales habla de la responsabilidad de cada uno y del respeto que se tiene por sus semejantes. La puntualidad es un deber de cada uno, pero también exigirla es un derecho de los demás. No somos ni podemos ser los dueños del tiempo de otras personas, que sin prurito alguno abusamos con nuestras demoras.
Ser un país puntual puede ser un objetivo importante. Hoy sólo se inician en hora las misas, los actos diplomáticos y muy pocas cosas más. Los actos oficiales incluso suelen retrasarse. También se atrasan las conferencias y charlas. Tampoco se cumplen los plazos para la construcción de una casa, departamento u obra pública, ni la fecha de entrega de trabajos o insumos. Las clases tienen su horario, pero suelen iniciarse “unos minutos” más tarde.
En economía no se hereda nada, todo hay que ganárselo. Y si no ponemos orden y horarios para cumplir con puntualidad, no hay forma de progresar. Otros países pueden hacer muchas más cosas que nosotros en la misma cantidad de horas porque tienen una organización del tiempo bien estricta. Cumplamos los horarios, empezando por nosotros mismos.
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