Paysandú, Martes 28 de Agosto de 2012
Opinion | 22 Ago Los datos que ha revelado el censo nacional de población y vivienda realizado desde noviembre a diciembre de 2011 –aunque iba a durar solo un mes— indican que el departamento de Paysandú ha perdido población en siete años, en unas ciento veinte personas, y que la capital sanducera la ha aumentado en poco más de cuatro mil habitantes respecto a 2004, solo un poco más de lo que a la vez se ha perdido de población rural.
Es imposible sustraerse al análisis de esta involución del departamento, dado que si ya estancarse en población es un retroceso, mucho más lo es el perder, porque significa que no se está en condiciones de retener a la fuerza vital del tramado socioeconómico, que por la razón que sea prefirió emigrar tanto hacia otros puntos del país como hacia el exterior.
Es cierto, estamos ante un censo con muchos problemas, con idas y venidas, que rompió con los esquemas de los anteriores y que el método de trabajo, mecanismos de entrevistas y recorridas hicieron que lo que se pensó iba a durar un mes se extendió por espacio de más de tres meses, al tiempo que siguen apareciendo testimonios de personas que aseguran que nunca fueron relevadas, pese a que reclamaron ante responsables del Instituto Nacional de Estadística.
Pero más allá de legítimas consideraciones sobre si realmente estamos ante los números exactos de población por distribución geográfica, no es menos cierto que unos pocos cientos más o menos no inciden decisivamente para evaluar que la población de Paysandú no ha seguido siquiera la magra evolución de la población del país, sino que ha decrecido sustancialmente.
El aspecto quizás más negativo es que mientras en los últimos años la población ha crecido en la “L” conformada por los departamentos del Litoral y del sur, tendencia que se verifica en el Censo 2011, en el caso de Paysandú se ha revertido.
Quiere decir que hay factores intrínsecos a nuestro departamento que influyen para que Paysandú no solo no resulte atractivo para captar población de otros departamentos, sino que ha estado expulsando gente. Este factor ya debe preocuparnos y ocuparnos, porque es síntoma de que algo viene mal desde hace varios años y debemos detectar cuál es la enfermedad que origina estos síntomas.
No hace falta hilar muy fino para inferir que si no hay atractivos para captar y retener población ello pasa por la calidad de vida que el departamento puede ofrecer a los ciudadanos, tanto en el área rural como urbana, y seguramente porque a la vez en este contexto no se han generado fuentes de trabajo de cantidad y calidad suficiente como para asegurar determinado nivel de bienestar mínimo.
Debe tenerse presente que mientras la población sanducera se ha estacado, la de Salto, a solo cien kilómetros, ha crecido, al igual que la de Río Negro, a la misma distancia como departamento vecino hacia el sur.
Peor aún, las cifras del censo revelan que ha descendido prácticamente a la mitad la población del interior profundo de nuestro departamento respecto a la que existía hace solo siete años, lo que de confirmarse –hay dirigentes ruralistas que ponen en duda estos porcentajes-- indica que algo debe andar realmente mal.
El censo ha puesto de manifiesto que el departamento está enfermo, nada menos que de estancamiento, por lo menos desde hace una década, y que autoridades, fuerzas vivas, el tramado social, no puede ser indiferente a esta realidad.
Quizás parte de las respuestas estén en el impacto producido por el decaimiento de varias de las empresas locales. Sin ir más lejos, actualmente tenemos el caso de Paylana así como los problemas en el sector citrícola, donde también hay empresas con dificultades, pero también existen conflictos desatados en lo que se va al todo o nada, que conspiran contra las propias fuentes de empleo y disuade a la vez a potenciales inversores. Para completar la ecuación negativa, Paysandú no es un gran receptor de inversión directa; por el contrario es de los departamentos que menos recursos capta, al extremo que en 2008-2009 sólo recibió el 1,9% de los 1.230 millones de dólares de inversión directa de todo el país.
En suma, estamos en problemas, y sería cosa de necios pretender negarlo. El desafío, mejor dicho, el imperativo, es desentrañar la trama que ha llevado a este escenario y ponernos a trabajar desde ya en revertirlo.
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