Paysandú, Jueves 30 de Agosto de 2012
Opinion | 28 Ago La experiencia indica que la economía mundial se mueve por ciclos, que de una u otra manera conllevan elementos de contagio que quiérase o no, suelen partir de avatares de las economías más poderosas, para dar lugar a un efecto dominó en cuanto a demanda y precios.
En este contexto, para citar ejemplos cercanos, tenemos que la crisis de Estados Unidos en 2008 tuvo repercusión inmediata en Europa, donde también eran notorias las grandes burbujas en naciones como Grecia, España, Italia e Irlanda, por citar las más conocidas, y que solo podían sostenerse por la “bicicleta”, es decir seguir aumentando la deuda pública en una calesita interminable, hasta que los excesos en el gasto llevaron inevitablemente a la crisis que se prolonga hasta hoy.
Estamos por lo tanto en uno de los ciclos a los que nos referíamos, signado por una gran inestabilidad e incógnitas, con un dólar volátil y ya con un perfil de demanda más deprimida de las naciones desarrolladas en crisis, un menor crecimiento de China precisamente por una menor demanda del mundo desarrollado, y consecuentemente con incógnitas para países emergentes y los subdesarrollados que como Uruguay, siguen haciendo el papel de abastecedores de materias primas.
Con todo, en los últimos años le ha ido muy bien a la región sudamericana, signada por el subdesarrollo pero también con grandes recursos naturales semiexplotados todavía, y por ende en condiciones de proveer commodities como granos y otros alimentos, incluyendo a la carne, a un mundo donde evidentemente el crecimiento de la población mundial no ha sido acompasado por un aumento de la producción. Es notorio que los países o regiones que cuentan con mayor reserva de recursos naturales están mejor perfilados no solo para atender las necesidades de sus ciudadanos, sino también para abastecer a poblaciones que tienen difícil acceso a estas necesidades primarias con sus propios medios.
Este diagnóstico muy parcial e incompleto del escenario en que nos encontramos debería bastar para identificar determinadas fortalezas y flaquezas del Uruguay y la región, aún teniendo en cuenta que en economía no solo inciden hechos, sino sobre todo expectativas.
En el caso de América Latina, todo indica que el gran desafío que enfrentará su agricultura es prepararse para poder atender el gran aumento de demanda, que de acuerdo a las proyecciones alcanzará en 2050 el doble de lo que se produce actualmente.
El sector agropecuario deberá aumentar en solo cuatro décadas lo que le llevó a la humanidad miles de años, y más allá del mayor o menor desarrollo que se logre, evidentemente América Latina como gran reservorio de recursos naturales tiene como destino ser el mayor productor de productos primarios de alimentación del mundo.
Lo que es bueno y es malo al mismo tiempo, dependiendo de qué tan bien o mal se hagan las cosas en la región, por cuanto deben administrarse recursos naturales con criterio, al amparo posiblemente de precios redituables. Pero no debe perderse de vista que reducirse a un mero abastecedor de granos y carne sin agregar valor a estas y otras producciones es acotar el papel a cumplir.
Estos aspectos formaron parte del análisis que llevaron adelante en los últimos días en Montevideo profesionales integrantes de agroconsultoras como Blassina y Asociados, El Tejar, además de la Asociación de Cultivadores de Arroz y CPA consultores, centrado en evaluar la situación de Uruguay de cara al escenario internacional, por cuanto a las ventajas naturales para producir se agregan como contrapartida déficit estructurales que datan de mucho tiempo y que no han podido superarse todavía.
Así, están pendientes grandes temas como darle mayor valor agregado a las producciones para reciclar más riqueza en el medio, así como aumentar los volúmenes de producción para compensar la persistente suba de costos que se da en nuestro país, sin olvidar que la agricultura ha contribuido a mejorar calidad de vida en numerosas zonas, como el área de Young y Mercedes, que son conocidas localidades eminentemente agrícolas, y donde el aumento de ingresos fue un 90 por ciento mayor que la década pasada.
Debe tenerse presente que nuestro país exporta el 95 por ciento del arroz que produce, el 75 por ciento de la carne, el 70 por ciento de la leche y el 70 por ciento del trigo, y el gran desafío, además de necesidades logísticas, radica en una mejora de la productividad, en la incorporación de tecnología y de procesos de valor agregado, para no conformarnos solo con el papel de abastecedores de alimentos, sin el procesado que conlleva avanzar en tecnología y en el reciclaje de recursos de gran impacto en la mejora de la calidad de vida.
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