Paysandú, Jueves 30 de Agosto de 2012
Policiales | 28 Ago Decenas de mujeres sanduceras alojadas en un piso lujoso de Valencia, España, ejercían la prostitución --sometidas mediante agresiones físicas y amenazas de muerte-- en las calles de esa ciudad y todo el dinero que obtenían era enviado –a través de giros semanales cuyo monto se situaba en el entorno de los 1.800 euros (más de 2.000 dólares)-- a las cuentas bancarias controladas por Sergio German Escobar Mattos, de 45 años, alias “El Zorro”, líder la banda de trata de blancas desbaratada días atrás en Paysandú. Así surge de información aportada a EL TELEGRAFO por una fuente directamente vinculada a las personas damnificadas, cuyas identidades se encuentran protegidas por orden directa del juez letrado de Primera Instancia en lo Penal Especializado en Crimen Organizado, Néstor Valetti.
Estas mujeres eran conquistadas, en gran parte antes de cumplir la mayoría de edad, mediante costosos regalos y promesas de prosperidad por otras mujeres ya reclutadas por el proxeneta; entre ellas las dos hermanas del delincuente, quienes regresaron –junto a otras mujeres encargadas de la “reclusión”-- a Paysandú tras ser procesadas sin prisión la semana pasada.
Primero las aislaba
Seducidas de esa forma, las víctimas eran presentadas por esas “nuevas amigas” a “El Zorro”, quien las alojaba cómodamente en su lujoso chalet de avenida Enrique Chaplin para luego cambiarlas permanentemente de domicilio en casas de sus secuaces, con el propósito principal de evitar su localización por familiares o allegados. Cuando, en algunos casos, los familiares obtenían datos acerca de la casa en donde estaban alojadas las víctimas, los responsables les permitían inspeccionar libremente el lugar en cuestión, entre risas, burlas y amenazas, como una forma de desalentar la búsqueda. De esta forma, y empleando siempre la violencia física y amenazas de muerte, “El Zorro” impedía a sus víctimas comunicarse con sus familiares, al punto de prohibirles incluso mantener contacto visual cuando circunstancialmente se cruzaban con ellos en lugares públicos. Las mujeres reclutadas nunca permanecían solas y cuando sus familiares lograban establecer contacto telefónicamente con ellas, respondían con monosílabos, dando a entender que sus conversaciones eran también controladas. “Para entender todo esto, es fundamental ser consciente que se trata de una verdadera mafia en la que una vez que se está dentro, ya no se puede salir jamás” explicó gráficamente la fuente a la que tuvo acceso EL TELEGRAFO.
Luego a la calle
Las primeras experiencias en el ejercicio de la prostitución se cumplían en la vía pública, principalmente en esquinas de calle Florida, denominadas “paradas”, donde solo podían ejercer el meretricio las mujeres explotadas por el proxeneta, quien se encargaba de ahuyentar a otras prostitutas que pretendían ocupar los sitios de las suyas.
Luego de determinado tiempo de que las mujeres ejercían el meretricio en la vía pública, “El Zorro” las trasladaba primero algunos fines de semana al prostíbulo “Las Palmeras” de Young. Las mujeres siempre debían ser acompañadas por “El Zorro”, sus hermanos u allegados, ya que el propietario de “Las Palmeras”, cuyo vínculo con la organización no pudo ser probado, exigía como único requisito para ejercer el meretricio en su local, que las mujeres tuvieran “esposos”, efeumismo con el que se denomina a los proxenetas y mecanismo presuntamente usado para verse liberado de responsabilidades.
Durante la semana ejercían la prostitución en la vía pública en Paysandú y los fines de semana en prostíbulos de Young y, ya con más experiencia, en otros de Maldonado. Las víctimas eran trasladadas semanalmente, desde Paysandú a los prostíbulos mencionados y desde allí nuevamente de regreso a las calles sanduceras, en un constante devenir. Mientras tanto, las mujeres eran entrenadas en el ejercicio de la prostitución por otras de mayor experiencia que gozaban de mayores beneficios económicos y que ocupaban un grado mayor en la jerarquía de la organización.
El imperio de las “madame”
Apenas cumplían la mayoría de edad, “El Zorro” se encargaba de tramitar sus pasaportes para enviarlas a España. Las mujeres eran acompañadas hasta el aeropuerto, pero siempre viajaban solas.
Al llegar a España, eran recibidas en el aeropuerto por mujeres a las que llamaban “madame”, quienes le retenían el pasaporte y las trasladaban al lujoso piso en Valencia. Allí no había hombres, solo las denominadas “madame”, quienes se encargaban de comprar caros vestidos y joyas a las recién llegadas, para luego obligarlas a ejercer la prostitución en la vía pública.
Constantemente eran acompañadas y vigiladas por las “madame”, quienes a la vez eran las únicas que poseían llaves del sitio en donde estaban alojadas, de donde solo se les permitía salir para el ejercicio del meretricio.
Generalmente, la estadía en España de las mujeres no se prolongaba por más de un año y medio, y las ganancias obtenidas del trabajo sexual eran todas enviadas íntegramente a las cuentas controladas por “El Zorro”, a través de giros cuyos montos se situaban en el entorno de la citada suma de dinero. “Ellos se creían grandes señores, intocables, y así lo fueron durante mucho tiempo, pero a todos les llega su hora”, expresó enfáticamente la fuente.
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