Paysandú, Viernes 07 de Septiembre de 2012
Opinion | 31 Ago De acuerdo a un estudio de las Naciones Unidas difundido recientemente, la población del Cono Sur latinoamericano se concentrará en un noventa por ciento en ciudades en solo ocho años, y se convertirá en la zona más urbanizada del mundo.
El informe de la ONU-Hábitat destaca que América Latina es la región más urbanizada del planeta, pero también una de las menos pobladas en relación a su territorio, por cuanto un ochenta por ciento de su población vive en ciudades, una proporción netamente superior al grupo de países desarrollados.
El Cono Sur es la zona donde hay más proporción de la población viviendo en ciudades, seguida por los países andinos y México –con una población urbana del 85 por ciento actualmente-- y luego le siguen el Caribe y Centroamérica.
La urbanización del subcontinente es por cierto más acelerada que en el resto de mundo, y tenemos que el número de ciudades en la región aumentó seis veces en cincuenta años. La mitad de la población urbana, unos 222 millones de personas, vive en ciudades con menos de 500.000 habitantes y unos 65 millones (un 14 por ciento) reside en las denominadas megaciudades.
Pero igualmente los problemas que traen aparejados las concentraciones en las grandes urbes ha incidido en el crecimiento demográfico. Es así que pese a seguir en aumento, la urbanización ha perdido fuerza, al igual que la migración del campo a la ciudad, por lo que la evolución demográfica de las ciudades “tienden a limitarse a un crecimiento natural”, con la salvedad de que “las migraciones son ahora más complejas, y ocurre principalmente entre ciudades, a veces a través de fronteras internacionales”, reza el estudio.
Las migraciones son un tema muy complejo, tanto si lo tomamos globalmente, como región o dentro de un país, porque responden a factores condicionantes a veces muy particulares dentro de un contexto general de búsqueda de oportunidades y mejor calidad de vida por las familias que emigran de un lugar a otro.
El punto es que por más que se desacelere la emigración del campo a las ciudades, igualmente el fenómeno sigue manifestándose, aunque con menor intensidad, cuando ya tenemos al noventa por ciento de la población en zonas urbanas, por lo que los campos siguen vaciándose en un subcontinente donde hay grandes superficies prácticamente vacías y se necesitan urgentemente elementos que permitan revertir la tendencia al desarraigo y buscar nuevos horizontes en las urbes.
Esta reversión, tanto en Uruguay como en el país que sea, solo puede lograrse generando oportunidades de trabajo y mejores condiciones de vida en los asentamientos rurales, para lo que es imprescindible promover polos de desarrollo enclavados en los lugares menos favorecidos, donde se generan las mayores migraciones, lo que conlleva no solo generar oportunidades donde no las hay, sino también llevar servicios y crear a la vez pequeñas comunidades con vida social, que es precisamente el gran vacío que se genera en el medio rural, pese a los adelantos en las comunicaciones.
Las ciudades, a la vez, si bien siguen siendo atractivas, sobre todo para los jóvenes, no es menos cierto que van creando cinturones de pobreza con muchos de quienes se establecen en busca de oportunidades, para encontrarse con que si bien hay mayores posibilidades de trabajo, hay también exclusión y marginación si no se está en condiciones de integrarse.
Por otra parte las ciudades son cada vez menos compactas y más extendidas, precisamente como consecuencia de la migración de miles y miles de familias que llegan sin poder integrarse al corazón del nucleamiento urbano, y por ende caen en terrenos fiscales o en lugares distantes de la concentración de la ciudad, lo que hace que se generen problemas para llegar con los servicios y hasta las conexiones físicas, generando suburbios con condiciones de habitabilidad muy precaria.
Por lo tanto estamos ante una tendencia que si bien se enlentece, es igualmente sostenida en cuanto a la dirección de la migración, deja grandes extensiones vacías y recicla pobreza y desigualdad, y al fin de cuentas solo cambiando el lugar geográfico de las carencias, por lo que es necesario instrumentar respuestas acordes a la entidad del desafío, fundamentalmente a través de la contención de los flujos migratorios promoviendo oportunidades antes de que cunda la desesperanza que empuja al desarraigo.
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