Paysandú, Sábado 08 de Septiembre de 2012
Locales | 04 Sep La preocupación por el buen uso del idioma, ante la frecuencia de su maltrato, induce a volver a analizar dicho problema, sin duda muy importante, y a volver a exponer conceptos que ya han sido emitidos, en esta columna, y también en la que quien escribe mantiene hace ya muchos años en “La Democracia”. La trascendencia del tema impone tal reiteración.
El incorrecto uso de algo tan importante como es el idioma está muy extendido; así es advertido a diario en muchas actividades: en el periodismo; en el ámbito parlamentario, incluida la redacción de textos legales; en la actividad técnico-profesional; en muchas otras actividades, y a veces hasta en la enseñanza, lo cual es sin duda grave.
Como antes se ha señalado, si bien quien escribe no es especialista en la materia, le fue trasmitida la preocupación por el buen uso del idioma en el vespertino “El Plata”, cuando en dicho periódico actuó como redactor, hace ya muchos años. Fundado en 1914 por quien fue verdadero maestro de periodismo, el Dr. Juan Andrés Ramírez, allí el buen uso del lenguaje era preocupación que ocupaba lugar muy importante que se incorporó a la de quienes hacían su diario aporte periodístico.
Los errores o desarreglos idiomáticos se dan en todos los ámbitos en los cuales el uso de la lengua es esencial, y así fue señalado en una de las notas precedentes, entre ellas cuando se informó que el diario “Folha de S.Paulo”, uno de los principales de Brasil, organizó cursos de idioma portugués para sus redactores y cronistas, preocupada su dirección por el cúmulo de errores advertidos en sus artículos de opinión y de información. Y en forma paralela la revista brasileña “Veja” publicó un comentario que daba cuenta de la gran preocupación que había causado a sus responsables el indebido uso del idioma por quienes en ella ejercían tareas como periodistas.
En nuestro país, tal como también se expresó en notas anteriores, las deficiencias idiomáticas en las leyes dieron lugar, hace ya muchos años, a que el tema fuera públicamente comentado, y también a que se sugiriera la eventualidad de crear “comisiones parlamentarias de estilo”, tendientes a corregir oportunamente tales deficiencias, lo cual fue apoyado por quien entonces era decano de nuestra Facultad de Derecho, el Dr. Alejandro Abal Oliú, en razón de los problemas que ello causa para su debida interpretación, y aplicación, a jueces, fiscales y profesionales del derecho, y obvia y fundamentalmente a quienes son destinatarios de sus contenidos.
Se ha sostenido también por un especialista foráneo, cuyo nombre no se ha conservado en la memoria, en excelente libro referido a cuestiones idiomáticas, que el idioma “culto”, utilizado en forma normal cuando se escribe, y el “popular”, que se emplea habitualmente en la expresión oral, van por caminos paralelos, pero que llega el momento en que el último traspasa al otro algunas de sus expresiones. Por ello, precisamente, se ha indicado al respecto que lo normal no es escribir como se habla, o hablar como se escribe, sino todo lo contrario. Fue por tanto un inesperado acierto que alguien que no era especialista en la materia, al escuchar palabras emitidas por quien efectuaba una muy culta exposición a varios amigos en el ámbito de un hogar, dijera: “parece que está leyendo”.
Ello en general es así, y precisamente lo es cuando quien escribe tiene buena formación cultural e idiomática.
Es pertinente también reiterar que, en particular en los últimos tiempos, se ha desenvuelto aquí una costumbre que se debe considerar que incide desfavorablemente sobre el buen uso del idioma: el empleo en la publicidad de expresiones idiomáticas deformadas, o incorrectas, provenientes del lenguaje popular, pues contribuye a que el mal uso del lenguaje se extienda o generalice, pues es evidente que muchos no han de advertir que tales expresiones sean idiomáticamente incorrectas. Y cabe reiterar que tal práctica está tan generalizada que hasta la han utilizado entidades de enseñanza. El idioma, se ha dicho con razón, es algo vivo, que se enriquece habitualmente con voces que provienen de otras lenguas, del habla popular, con neologismos que provienen de actividades técnicas que suelen resultar indispensables; también con voces que el uso popular ha deformado. Ello se comprueba con la consulta al Diccionario de la Real Academia Española. Y precisamente por tales circunstancias se debe luchar con tesón para que, en cuanto sea posible, se pueda preservar sus excelentes cualidades como instrumento de expresión, y para no observar con indiferencia la forma en que se le castiga y deforma, con violación y desconocimiento de sus reglas fundamentales.
Cabe culminar este comentario con deseo de superar el pesimismo que tuvo el sabio Ramón y Cajal cuando sostuvo, en alusión a los problemas idiomáticos, y a la forma en su concepto desfavorable en que eran enfrentados por los especialistas, “que a la indolencia de los reprendidos se junta la desgana de los reprensores”.
Tales los conceptos fundamentales que se ha considerado exponer para explicar la necesidad de abordar una vez más el maltrato que afecta al idioma.
Hemos de volver próximamente al análisis de tema tan importante mediante la indicación de algunos ejemplos aptos para informar por qué ello es necesario.
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