Paysandú, Lunes 17 de Septiembre de 2012
Opinion | 13 Sep La pareja, los vecinos y los amigos son las figuras de espacios de cercanía que más aparecen como homicidas en las estadísticas de nuestro país. La posibilidad de morir asesinado por un extraño es muchísimo menor que hacerlo por un conocido o familiar, aunque esto sea algo difícil de asimilar para la mayoría de nosotros puesto que se trata de un espacio concebido para el afecto, la protección y el cuidado.
En agosto hubo 19 homicidios en Uruguay. De ellos, diez ocurrieron en el ámbito familiar y los nueve restantes, por ajustes de cuentas.
En promedio, los casos de violencia doméstica representan más de la mitad de los delitos que atentan contra personas y son el segundo en importancia luego de los hurtos pero provocan muchas más muertes que los homicidios perpetrados por extraños.
En un momento que la inseguridad es un tema que está presente en todos los discursos y mientras unos se refieren a ella como una “sensación térmica” y otros hablan desde la experiencia de haber sufrido un hurto o rapiña, no deberíamos perder de vista que hay un ambiente que puede ser tan o más peligroso que el externo y es el que queda puerta adentro de cada casa y cuyas víctimas principales son las mujeres, niños y adolescentes.
El homicidio perpetrado por parejas o ex parejas constituye la principal causa de muerte violenta de las mujeres uruguayas.
En este sentido, la estadística de los últimos años muestra que el 66% de las mujeres víctimas de homicidio tenían una relación familiar con su agresor, en tanto que el 44% sucumbió en manos de su pareja o ex pareja, mientras que 22% fue agredida por otro familiar, lo que desmiente rotundamente nociones muy extendidas en el sentido que los extraños constituyen la mayor amenaza para las mujeres.
Las órdenes de restricción expedidas por la Justicia no siempre son efectivas para preservar la integridad física y hasta la vida de las personas. El país cuenta con legislación y normativas para amparar a las víctimas de violencia doméstica pero en los hechos, casi siempre es letra muerta. Una y otra vez se falla en la respuesta y es necesario pensar en nuevas estrategias porque esto no puede seguir así, no sólo por las razones humanitarias y morales más elementales sino porque cada vida tiene un valor único e insustituible y por las especiales consecuencias que este tipo de violencia tiene para el funcionamiento de la sociedad al socavar la base de las familias y, por otra parte, por ser un elemento reproductor de más violencia.
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