Paysandú, Jueves 20 de Septiembre de 2012
Opinion | 18 Sep En las últimas horas el gobierno de Japón anunció la renuncia progresiva de la producción de energía nuclear y su abandono definitivo hacia 2040, tras evaluar durante más de un año las causas y consecuencias de la catástrofe de Fukushima, que devastó hace un año y medio el noreste de la nación asiática.
El desastre en las plantas nucleares de Japón se enmarcó en la enorme tragedia en cuanto a devastación y costo en vidas humanas del terremoto y tsunami que se abatió sobre la isla el 11 de marzo de 2011. Desde ese entonces se han registrado las primeras consecuencias en el mercado energético internacional del nuevo escenario para la energía nuclear, cuando ya más o menos se habían acallado los ecos del desastre ocurrido en la ex URSS, en Chernobyl, en 1986.
La consecuencia inmediata fue la detención de los proyectos de construcción de nuevas centrales nucleares en varios países, en otros se han paralizado algunas que estaban en marcha y con problemas de edad, y existe en la opinión pública internacional, sobre todo en Europa, una creciente ola de rechazo al uso de esta energía debido a problemas de seguridad, porque más allá de la entidad de un incidente en sí en cuanto a vidas humanas, existe temor ante la prolongada duración de la contaminación, sus consecuencias de diversa índole para la salud humana y la vida en general. Es que una cosa es una inundación, un incendio, una explosión en una planta, del energético que fuere, que se focaliza en el episodio por más aterrador que sea, y otra una fuga radioactiva invisible que afecta por centenares de años lo que esté a su alrededor.
Estos factores seguramente han influido para que Japón, segunda economía asiática y gran potencia industrial, se convierta así en el tercer país, tras Alemania y Suiza, en anunciar el abandono de la energía atómica luego del accidente en Fukushima, el peor del sector nuclear civil desde el de Chernobyl, en Ucrania. El informe gubernamental de Tokio sostiene que el gobierno “va a adoptar todas las medidas posibles para reducir a cero el uso de la energía nuclear hacia 2040”. Antes de la catástrofe de Fukushima, la producción nuclear cubría el 30 por ciento de la demanda de Japón y las autoridades preveían aumentar ese porcentaje a un 53 por ciento en 2030.
Pero el desastre dio por tierra con todos los planes de la nación asiática, ante situaciones como la huida de más de 100.000 personas de la región afectada y un fuerte sentimiento antinuclear con multiplicación de manifestaciones. Ocurre que en materia de previsiones energéticas no es poca cosa dejar de lado un recurso que iba a superar nada menos que el 50 por ciento del total, sobre todo en un país altamente industrializado que depende como nadie de la energía para mantener en funcionamiento y desarrollar sus grandes emprendimientos fabriles.
El documento dado a conocer el viernes por el gobierno de Tokio no ofrece mayores precisiones sobre los recursos energéticos alternativos a los que apelará, pero sí indica tres principios de base para orquestar la salida del sector nuclear.
Así, subraya que no emprenderá la construcción de ninguna central nuclear nueva, apagará los reactores de las centrales con 40 años de actividad y al mismo tiempo autorizará el encendido de los reactores apagados provisionalmente tras Fukushima, pero solo después de que hayan sido verificados por una entidad ad hoc.
En el marco de una demanda energética mundial en persistente crecimiento y con recursos fósiles encarecidos por su menor disponibilidad y costos de extracción, no puede menos que especularse respecto a cuál será la evolución del mercado cuando todo parece indicar que la energía nuclear aparecerá por varios años, por lo menos, en un segundo plano, por más que países como Francia, que depende en un 80 por ciento de sus plantas atómicas, subraye que seguirá apostando a esta energía, que no ha dado problemas de seguridad en su país, pero a la que la opinión pública sigue mirando desconfiada.
Resulta claro que la tragedia de Japón va a determinar que el resurgimiento de la energía nuclear que se estaba dando en Europa con varios proyectos de nuevas centrales tenga una marcha atrás muy importante y debería darse un vuelco significativo hacia las energías renovables, como se está haciendo en forma incipiente en Uruguay, donde además la idea que se manejó en su momento de una eventual central nuclear ha quedado congelada tras los hechos en Japón.
Pero es innegable que los imponderables juegan a la hora de las decisiones, y que los riesgos de las centrales japonesas en cuanto están emplazadas en una zona de gran actividad sísmica y de tsunamis, no son para considerar demasiado en países como Uruguay, en este caso situados sobre suelos geológicamente muy antiguos que no sufren esos cataclismos. Por lo tanto no es cuestión de apurarse a tomar decisiones, ni a favor incondicional de la energía nuclear, ni en contra porque en el extremo oriente se les mueva el piso.
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