Paysandú, Miércoles 10 de Octubre de 2012
Opinion | 05 Oct La suba del Índice de Precios al Consumo (IPC) en el mes de setiembre superó las expectativas más pesimistas, y se ubicó en el 1,21 por ciento, de acuerdo a los datos dados a conocer por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en tanto hace un año en el mismo mes el aumento de precios había sido del 0,7 por ciento.
Estos cifras ponen de relieve un recrudecimiento de los índices inflacionarios e indican que salvo que haya deflación en los meses que restan hasta diciembre, el IPC va a estar muy por encima del rango establecido por el Banco Central del Uruguay, que se ubicaba entre el 4 y el 6 por ciento, con el agregado de que desde hace varios años el IPC está superando el “rango”, que está quedando por lo tanto con cada vez menor credibilidad para los agentes económicos, lo que no es nada recomendable para ningún país.
Según los expertos, la inflación ha ingresado en una “zona de alerta” y llegado en un momento inoportuno, desde que el dólar se presenta a la baja nuevamente y a la vez crece el déficit fiscal, en ancas sobre todo del sobrecosto energético por las dificultades de generación de UTE.
En los últimos doce meses la inflación se sitúa en el 8,64 por ciento, cuando al cierre de agosto, también sobre los doce meses anteriores, era del 7,88 por ciento. De acuerdo al Centro de Investigación Económica (Cinve), se ha ingresado en la luz amarilla en esta materia, aunque los observadores coinciden en que no hay peligro en que se pueda traspasar el umbral del diez por ciento, que es disparador automático de reajuste salariales y de pasividades, entre otros aspectos que podrían afectar seriamente las cuentas del gobierno.
El punto es que aunque haya elementos coyunturales que influyen, subsiste un “núcleo duro” menos volátil de la canasta de consumo que constituye una “inflación de arrastre” que condiciona la evolución de los predios en los meses siguientes, que todo indica seguirán siendo altos.
A la vez, y ya traducido a los efectos en la población, surge claramente que los grupos más castigados son los de menores ingresos, donde por ejemplo los alimentos se llevan no menos del 50 por ciento de los ingresos totales, y por lo tanto una variación mínima en los precios de la canasta básica afecta seriamente la economía del núcleo familiar, contrariamente al grupo de mayores ingresos, donde este componente es sensiblemente menor en el total.
Los datos del INE revelan que los bienes alimenticios se encarecieron en su conjunto en un 2,25 por ciento en setiembre, principalmente debido a la suba de 1,37 por ciento en panes y cereales –la harina aumentó 4,62 por ciento-- del 2,66 por ciento en la carne y el crecimiento en valores de las frutas, de 8,39 por ciento.
A la vez los gastos en vivienda aumentaron 1,62 debido a la suma del cuatro por ciento en la energía eléctrica y la menor bonificación recibida por los hogares por el plan de ahorro de energía de UTE, que naturalmente ha sido muy parcial en los beneficios respecto al grupo global de usuarios.
Con todo, la inflación no puede evaluarse sin el contexto de las demás variables de la economía, y tenemos por ejemplo que se ha registrado una baja en el desempleo, de un punto porcentual, para llegar al cinco y medio por ciento, pero a la vez se aprecia en todo el país en los meses de agosto y setiembre una significativa quietud en la actividad económica, como han señalado directivos de gremiales empresariales, poniendo de relieve un enlentecimiento en la demanda.
Es que paralelamente al ascenso de la inflación, por otro lado el descenso del dólar afecta la competitividad del sector exportador del país, que ya viene en declive con el Brasil, por ejemplo, y el déficit fiscal a la vez ha pasado del 0,9 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) al 2,3 por ciento en agosto, lo que acota seriamente el margen de maniobra del gobierno para controlar la inflación sin “toquetear” por ejemplo tarifas, porque ello agravaría el déficit fiscal, en tanto recientes medidas del Banco Central para promover las inversiones en pesos tienden a mantener el descenso del dólar.
De todas formas, el gran detonante de este escenario es que sigue promoviéndose el déficit en las cuentas del Estado mentando un supuesto “espacio fiscal” que no existe, sino que siempre se trata de deuda que se va incrementando.
Y mientras se siga aplicando políticas procíclicas, es decir aumentando el gasto junto con la mayor recaudación y aún por encima, en lugar de intentar producir bienes y servicios a menor costo, reduciendo del peso del Estado, seguiremos desperdiciando una muy buena oportunidad de nivelar las cuentas, de controlar la inflación sobre bases reales, y de tener verdaderos “espacios fiscales” para estar más o menos a cubierto de los sobresaltos de siempre, que es la respuesta que hasta ahora ha estado ausente.
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