Paysandú, Sábado 13 de Octubre de 2012
Opinion | 13 Oct A menos de un mes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el desafiante candidato republicano Mitt Romney ha logrado descontar la ventaja que llevaba el actual mandatario Barack Obama en las encuestas y perfilarse como un candidato con una tendencia favorable en la opinión pública, cuando casi la unanimidad de los politólogos lo daban como perdedor hasta hace quince días.
En esta reversión ha jugado un rol preponderante el primer debate público entre ambos candidatos, que tuvo lugar el 3 de octubre, en el que el desafiante tuvo un desempeño mucho más convincente que su ocasional contrincante, tuvo mayor solidez para exponer sus puntos de vista y de esta forma logró descontar la ventaja y hasta pasar adelante en prácticamente la unanimidad de las encuestas.
Por supuesto, la verdad solo la tendrán en sus manos los votantes cuando concurran a las urnas el 6 de noviembre, pero a la vez queda todavía pendiente un segundo debate entre ambos candidatos y entre los aspirantes a la vicepresidencia, en lo que será una nueva oportunidad para que los electores cotejen propuestas y tengan elementos de juicio para pronunciarse.
Lamentablemente, esta posibilidad no la hemos tenido desde hace ya muchos años en Uruguay, porque contrariamente a lo que ocurre en Estados Unidos, no se ha institucionalizado la modalidad de debate para las elecciones presidenciales, y esta posibilidad queda solo librada a un eventual acuerdo entre los candidatos para que comparezcan ante la opinión pública a través de la televisión. Ocurre que al estar reglamentado el debate, y por lo tanto establecerse reglas de juego permanentes de antemano, en Estados Unidos sería lapidario para cualquier candidato rehuir esta instancia, a diferencia de lo que ocurre en nuestro país, donde se trata de una posibilidad que puede materializarse solo si dos candidatos se ponen de acuerdo para confrontar ideas.
La historia indica que en Uruguay el aspirante presidencial que tiene ventajas en las encuestas ha rehuido sistemáticamente comparecer en un debate con quienes están en desventaja, porque considera innecesario someterse al riesgo de perder votos en un careo mano a mano si a su juicio tiene la elección prácticamente ganada.
Es una especulación valedera, por cierto, para el interesado, pero no para la ciudadanía, que tiene derecho o mejor aún, necesidad de comparar directamente propuestas y el intercambio de ideas, así como la argumentación para defenderlas en un mano a mano, en lugar de los discursos retóricos de uno y otro candidato a distancia, desfasados y convertidos las más de las veces en un diálogo de sordos y acusaciones y contraacusaciones.
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