Paysandú, Martes 06 de Noviembre de 2012
Opinion | 31 Oct Los graves problemas que vive Europa, a partir de la burbuja inmobiliaria que explotó en Estados Unidos en 2008 y arrastró tras de sí a varios países del Viejo Mundo que tenían economías ficticias, basadas en riquezas con las que no contaban y sostenidas en endeudamiento público muy por encima de sus posibilidades, van en paralelo con una problemática que se arrastra ya desde hace años pero que se viene acentuando, que refiere al envejecimiento poblacional y con ello el incremento de costos de los sistemas de seguridad social.
Y si bien la encrucijada económica de Europa es coyuntural, porque nadie duda que en pocos años habrá de encontrar respuestas a la crisis, a través de sinceramientos que igualmente tendrán hondas repercusiones socioeconómicas en el estado de bienestar que se había construido durante décadas, no es menos cierto que el aumento de las expectativas de vida genera desafíos en el corto, mediano y largo plazo, sobre todo, que no son de respuesta fácil ni deben dar lugar a improvisaciones.
Tenemos así que la Organización Internacional de Comercio OCDE ha recomendado situar objetivos de retrasar la edad efectiva de jubilación y a la vez aumentar la tasa de empleo entre los trabajadores de mayor edad. De acuerdo a los datos que lleva este organismo, las recomendaciones han sido recogidas en países del Viejo Mundo y los últimos datos publicados por la OCDE indican que la tasa de empleo entre las personas de 50-64 años ha pasado de ser de 55,6 por ciento en 2001 al 61,2 por ciento en 2011.
Al mismo tiempo, la edad efectiva media en la que se jubilan los trabajadores ha aumentado ligeramente en el mismo período, por cuanto para los hombres ha pasado de 63,1 años a 63,9, y para las mujeres de 61,1 a 62,8, es decir con mayor énfasis en este último caso.
De todas formas, hay situaciones muy disímiles dentro de la propia Europa, donde por ejemplo en Suecia la edad oficial de jubilación es de 67 años, en tanto en Francia acaba de elevarse de 60 a los 62, en España a partir de 2013 la edad oficial de jubilación se llevará de los 65 a los 67 años, en forma gradual, como en Suecia, aunque los escenarios socioeconómicos son diferentes, y todavía rige un mecanismo de jubilaciones anticipadas que se apunta a ir eliminando en forma sostenida.
La crisis en España es una espada de Damocles sobre su devastada economía, donde actualmente el gasto en pensiones es la principal partida del Presupuesto y comprende el diez por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), en tanto con el aumento de la desocupación y el descenso de los salarios, la seguridad social recauda menos y ha ingresado en déficit, lo que le ha obligado al gobierno a echar mano a unos tres mil millones del fondo de reserva.
De todas formas, este no es el común denominador para toda Europa, pero sí lo es la tendencia al envejecimiento poblacional y a la extensión de la edad mínima de jubilación, que es solo una de las patas de la vasta problemática de la distribución etaria de la población, por cuanto expandir el tiempo de actividad significa que quienes se acojan a la pasividad lo harán en una edad posterior y por lo tanto seguirán aportando un tiempo más, estirando la pirámide hacia arriba.
Pero cuando hay serios niveles de desempleo, por contrapartida en los países más problematizados, como España, Grecia, Italia, la propia Francia en buena medida, lo que se logra es acotar puestos de trabajo para las nuevas generaciones, por lo que se está planteando un desafío formidable para tratar de atar estas dos moscas por el rabo.
Además, en los estados escandinavos existe un sistema de seguridad social de bienestar, con programas sociales muy evolucionados –y costosos-- que requieren cada vez de mayores aportes de los sectores activos, para atender un grupo etario creciente, y lo mismo ocurre en mayor o menor medida en todos los países europeos.
En Uruguay el escenario está planteado en términos que tienen matices con lo que ocurre en el Viejo Mundo, desde que han crecido las expectativas de vida de la población pero con una economía de países subdesarrollados, con ingresos promedio de las pasividades que están muy por debajo de la posibilidad de llevar una vida decorosa. Este escenario se agrava en las crisis, naturalmente, pero es igualmente un gran desafío que habrá que atender en los ciclos favorables de la economía, como el que estamos atravesando todavía, de forma de trazar esquemas que signifiquen respuestas valederas, cuando en teoría las urgencias todavía están lejos, y puede separarse lo urgente de lo importante para trabajar con tiempo y altura de miras, con políticas de Estado, en las definiciones que se han ido postergando por no pagar costos políticos.
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