Paysandú, Viernes 16 de Noviembre de 2012
Opinion | 10 Nov En la noche del jueves miles de argentinos se concentraron en torno al Obelisco de Buenos Aires y en las principales ciudades del país, en lo que se considera la mayor manifestación popular que se ha realizado contra Cristina Fernández y contra el kirchnerismo en general desde el advenimiento de la Administración Kirchner.
La protesta estuvo a tono con los tiempos, desde que fue convocada a través de las redes sociales y consistió esencialmente en un “cacerolazo” que se extendió desde el Obelisco hacia los barrios del norte de la capital argentina y también hacia barriadas ubicadas al sur de la ciudad.
La mayoría de los manifestantes fueron de clase media y éstos evitaron las consignas agresivas, portaron escasas pancartas y abundaron las banderas argentinas, algunas con lazos negros. “No soy K, no soy golpista”, “No a la reelección”, pedían los carteles que se elevaron entre los manifestantes.
Básicamente protestaron contra la inseguridad, la inflación y la reelección presidencial que alientan algunos exponentes del oficialismo, en tanto las redes sociales también convocaron a participar del “8N” a los argentinos residentes en Punta del Este, Sidney, Madrid, Berlín, Viena, Roma y Ginebra, entre otras ciudades, donde también sonaron los cacerolazos.
La modalidad de los “cacerolazos” se instituyó en ambas orillas a partir de las dictaduras militares de la década de 1970 y 1980, y fue una forma de exteriorizar protestas populares contra los regímenes opresores. Posteriormente se ha extendido como una modalidad de protesta popular, para canalizar descontentos hacia los gobernantes, aunque la democracia ofrezca vías para hacerse sentir, porque indudablemente el estruendo del reclamo confiere una repercusión que potencia la contundencia ante el gobernante que recibe de esta forma un golpe certero donde más duele, es decir ante la opinión pública.
En Argentina se da un fenómeno muy particular, porque la presidenta ha pasado de un alto índice de popularidad, reflejado en la última elección nacional, a contar con solo poco más del 20 por ciento de respaldo en la ciudadanía, de acuerdo a las encuestas, y esto es reflejo posiblemente de su forma de gobernar soberbia y de eterno rezongo hacia los argentinos.
La gran interrogante que se plantea es si los argentinos estarán en condiciones de conformar una oposición que sea una alternativa real a la dinastía Kirchner, o si seguirá dividida y tan cuestionada al fin de cuentas como el oficialismo.
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