Paysandú, Domingo 18 de Noviembre de 2012
Opinion | 11 Nov Cada vez con menos perspectivas de reversión, indudablemente el cambio climático, el uso irracional de los recursos naturales y su consecuente posibilidad de agotamiento en el mediano y largo plazo, son amenazas para la Humanidad que han sido identificadas como las de mayor incidencia en el futuro, y es notorio que los países o regiones que cuentan con mayor reserva de recursos naturales se encontrarán mejor perfilados no solo para atender las necesidades de sus ciudadanos sino también para abastecer a poblaciones con difícil acceso a estas necesidades primarias con sus propios medios.
Aproximadamente el cinco por ciento de la población mundial consume el mayor porcentaje de la producción energética del globo, así como bienes, servicios y alimentación. Ocurre que esta mayor disponibilidad y acceso no es gratis, desde que a efectos de promover una mayor calidad de vida se están sobreutilizando recursos naturales en desmedro de otros grupos de población que no acceden de la misma forma a este consumo.
El crecimiento de la población mundial evidentemente pone a prueba la capacidad del ser humano para adaptarse a este desfasaje entre oferta y demanda de recursos, pese a que nuevas tecnologías permiten un uso más eficiente y la extracción y explotación de energéticos y materia prima que hasta no hace mucho era descartada por resultar antieconómica.
En este contexto, todo indica que en el caso de América Latina el gran desafío que enfrentará su agricultura es prepararse para poder atender el gran aumento de demanda, la que de acuerdo a las proyecciones alcanzará en 2050 el doble de lo que se produce actualmente, que llega a los 2,8 billones de toneladas de alimentos, de acuerdo a lo evaluado en el foro internacional “Perspectivas de la Agricultura del Cono Sur visión 2030”.
De esta estimación surge que el sector agropecuario deberá aumentar en solo cuatro décadas un volumen de la magnitud que le llevó a la humanidad miles de años llegar, y evidentemente América Latina como gran reservorio de recursos naturales tiene como perspectiva el llegar a ser posiblemente el mayor generador de productos primarios de alimentación del mundo.
Ello requiere estar a la altura de las circunstancias en la región, por cuanto deben administrarse los recursos naturales con el criterio de preservarlos lo más posible, pero a la vez teniendo en cuenta que reducirse a un mero abastecedor de granos y carne sin agregar valor a estas y otras producciones es acotar el papel a cumplir, como así también la proyección en crecimiento con desarrollo, por mejores que sean los precios.
Todo indica que América Latina será la región donde más crecerá la agricultura y que además lo hará más rápido que en otras zonas, continuando y acentuando la tendencia de los últimos años, si tenemos en cuenta que hace una década la producción agrícola de América Latina representaba el 14 por ciento de la producción mundial y hoy, según la FAO, ya representa casi la quinta parte. Además, según las previsiones de este organismo, América Latina representará el 23 por ciento de la producción agrícola mundial en el 2020.
En nuestra región, Uruguay es a la vez un productor con grandes excedentes, por cuanto nuestro país exporta el 95 por ciento del arroz que produce, el 75 por ciento de la carne, el 70 por ciento de la leche y el 70 por ciento del trigo.
El punto es que este escenario prometedor debe apuntalarse, y el gran desafío, además de necesidades logísticas, radica en una mejora de la productividad, en la incorporación de tecnología y de procesos de valor agregado. Es que no debemos conformarnos con el papel de abastecedores de alimentos, más allá de las ventajas comparativas y oportunidades que no deben desaprovecharse, sino que deberíamos apuntar a la producción de otros bienes y servicios que aportan mejores empleos y calidad de vida.
Tanto nuestro país como la región van a requerir inversiones en biotecnología, en logística, en infraestructura de apoyo pero a la vez generar políticas de sustentabilidad de suelos y ecosistemas, a la par que mejorar la productividad.
Pero, a la vez, autoimponerse el condicionamiento de producir sin depredar, con criterio y apuntando a la vez a tejer condiciones para captar inversiones en otras áreas que resultarán fundamentales para el desarrollo y la modernización, por requerir tecnología en procesos de terminación y valor agregado, que es el gran paso pendiente.
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