Paysandú, Viernes 30 de Noviembre de 2012
Opinion | 29 Nov Con la participación de unas 17.000 personas se inició este lunes en Doha la Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, enmarcada en el objetivo de evaluar los progresos de los respectivos países en la reducción de la emisión de los gases de efecto invernadero.
La conferencia se prolongará hasta el 7 de diciembre y fue inaugurada por la presidenta de la cumbre anterior y ministra de Asuntos Exteriores sudafricana, Maite Nkoana-Mashabane, en el Centro Nacional de Convenciones de la capital catarí.
En su discurso, la ministra sudafricana hizo hincapié en la necesidad de “caminar hacia delante con la perspectiva de 2020 y conseguir fondos para luchar contra el cambio climático”, a la vez de insistir en que Doha ofrece una oportunidad única para “hacer historia” y abrir un nuevo capítulo de cara a 2020 en este escenario comprometido.
El problema es que todavía existen profundas divergencias entre los científicos respecto a cuál es y cuál será la progresión que tendría este efecto invernadero en base a las emisiones a la atmósfera, porque hay más de una biblioteca al respecto. Incluso algunos minimizan el tema, y argumentan que la Tierra, con y sin el hombre ha vivido períodos alternativos de recalentamiento y enfriamiento, de todas formas.
Igualmente, la cumbre de Qatar representa un desafío adicional, ya que marca el final del primer período de compromiso del Protocolo de Kyoto, es decir de la compensación económica a países que reduzcan las emisiones de carbono a la atmósfera mediante emprendimientos amigables con el medio ambiente y erradicación de actividades perniciosas para la atmósfera.
De todas formas, cualquiera sea el grado de incidencia de estas emisiones, en un término medio entre los tremendistas y los que descartan de plano este factor, corresponde situarse en este escenario con el mayor rigor posible, apuntando a reducir estas emisiones y por lo tanto actuando de una buena vez en forma preventiva. Sea quien sea el que tenga razón, es obvio que lanzar estos gases masivamente a la atmósfera de la forma en que se hizo hasta ahora siempre será un factor distorsionante y agravante de una situación que presenta por lo menos síntomas preocupantes, cualquiera sea el grado de incidencia real del efecto invernadero.
Estamos por lo tanto, como en muy pocos casos, frente a un desafío común para la Humanidad y del resultado que se obtenga en el futuro inmediato dependerá el legado que tengan las futuras generaciones. Esta conferencia es por lo tanto una muy buena oportunidad para reafirmar que se está en el buen camino, pese a la reticencia de determinados países que priorizan intereses propios. Éstos apuestan a un desarrollo que es conflictivo con los postulados que se manejan en esta conferencia en cuanto a restringir la polución y sobre todo la emisión de gases de carbono agresivos para el ecosistema.
Pero más allá de los enunciados y de distintos grados de compromiso, hasta ahora han fracasado los intentos para mitigar la emisión de estos gases, y en este contexto las dos mayores economías mundiales, es decir Estados Unidos y China, han sido los menos dispuestos a concretar acuerdos en esta línea.
Ambos países son los mayores emisores de gases de efecto invernadero, pero a la vez son los que tendrían mayores costos en cuanto a medidas para moderar estas emisiones, en tanto en el otro extremo, los que ven este tema como el de mayor urgencia son las pequeñas islas del Pacífico, que temen que cualquier efecto de estos gases en el nivel del mar podría hacer que se inunden sus pequeños territorios y algunas de ellas desaparezcan para siempre bajo las aguas.
Pero aunque el grado de relación de las emisiones con el efecto invernadero puede ser discutible --y es precisamente objeto de discusión--, este año una sequía sin precedentes en Estados Unidos y el huracán Sandy sobre Nueva York han generado una reacción en ese país proclive a un mayor compromiso con acciones que tiendan a reducir el efecto invernadero. Incluso tres sucesivas cosechas en Rusia afectadas por el calor y la sequía también han contribuido a que en naciones prescindentes en esta materia hayan puesto las barbas en remojo y se tome con otra seriedad esta problemática.
Y ante las dificultades para los grandes acuerdos, lo pertinente sería –como se está manejando por algunos países-- el procurar por lo menos un acuerdo mínimo para evitar que se cumpla la fatídica perspectiva de que la temperatura suba cuatro grados centígrados para el final de este siglo.
En todos los casos, es de esperar que del conflicto de intereses surja un grado de compromiso que sea “cumplible” por los más reacios a aceptar las reglas de juego que necesita la Humanidad como tal, y que quede de lado el diálogo de sordos que hasta ahora ha caracterizado estas negociaciones.
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