Paysandú, Sábado 01 de Diciembre de 2012
Opinion | 28 Nov Hace pocas horas el mundo se vio conmocionado por las desgarradoras escenas del incendio de una fábrica textil en Bangladesh, con un saldo provisional de no menos de 120 muertos, todos ellos jóvenes operarios --la mayoría mujeres-- de una planta que emplea a casi 1.700 personas y fabrica polos, camisetas y chaquetas exclusivamente para exportación al mundo occidental.
La fábrica está ubicada en las afueras de Dacca, capital de este país asiático, que como varias naciones de esa región ha sido destino de cuantiosas inversiones destinadas fundamentalmente a la instalación de plantas fabriles en una diversidad de áreas, como es el caso de los textiles, pero también de electrónica, fabricación de electrodomésticos y afines.
La tragedia se desató en forma intempestiva, cuando había más de mil trabajadores en la fábrica, que confeccionaba vestimentas para la exportación, fundamentalmente para ser etiquetadas por marcas internacionales como la cadena holandesa C.A. y la empresa de Hong Kong Li Fung.
Si bien se desconocen las causas del accidente, todo indica que fue consecuencia de no observarse mínimas medidas preventivas y de seguridad para la manipulación de mercadería de alta combustibilidad e insumos peligrosos, en lo que es una constante en esa zona del mundo, desde que la mayoría de las empresas que trabajan para la exportación tienen instalaciones eléctricas defectuosas y dispositivos de seguridad insuficientes.
El punto es que estas grandes fábricas, como también las de China y otros países asiáticos, son las que desde hace años están inundando de mercadería barata prácticamente a todo el mundo, y han desalojado de los mercados a otros fabricantes reconocidos, incluyendo a los uruguayos, debido a que producen a un costo muy inferior al de sus competidores.
Bangladesh es uno de los principales centros de producción textil de Asia, debido a los bajos salarios que se pagan a los obreros y a una mano de obra abundante, que no es exigente y que no trabaja con las condiciones de seguridad y de respeto a derechos laborales que se aplica en occidente, por ejemplo.
Así, Bangladesh se ha convertido en el segundo exportador mundial de prendas textiles, por un valor de 19.000 millones de dólares en 2011, un sector que representa el 80 por ciento de sus exportaciones.
Como antecedente similar a la tragedia de las últimas horas, tenemos que en Karachi, la capital comercial de Pakistán, a mediados de setiembre un incendio en una fábrica textil causó la muerte de unos trescientos trabajadores, que lo hacían en condiciones similares a las víctimas de esta última tragedia.
Estas referencias, muy parciales, sirven igualmente para pintar en su real dimensión el escenario internacional en el sector textil, y da la pauta de los porqué de los graves problemas que han tenido nuestras fábricas, tradicionales exportadoras, para subsistir en los mercados, en los que resulta prácticamente imposible competir en cantidad y se debe por lo tanto invariablemente reafirmar la apuesta a la calidad para intentar mejorar la ecuación económica, lo que no siempre es posible.
No puede extrañar por lo tanto que pese a contar Uruguay con materias primas como la lana y el cuero para textiles y curtiembres, igualmente nuestros competidores nos aventajan en precios a partir de los commodities que nos compran y procesan para vender a menor precio, y a la vez hayan mejorado la calidad --no siempre-- respecto a lo que se daba hasta no hace muchos años.
Es que evidentemente la producción a gran escala abarata el precio por unidad, a lo que se agregan subsidios disfrazados en los lugares de origen y condiciones de trabajo que muchas veces son infrahumanas, pero que bajan costos y sirven para impulsar la industria exportadora de esos países.
En el caso de Uruguay, han ido cerrando una a una empresas textiles tradicionales, debido a problemas de competitividad por las razones apuntadas, pero también porque nuestro país presenta costos exacerbados para producir, debido a que se han incrementado los salarios en dólares como consecuencia de la política cambiaria, pero también por el alto costo de los insumos, la presión tributaria, las cargas sociales y el encarecimiento de la energía, por citar los elementos más notorios en la ecuación productiva.
En este contexto es que debe evaluarse el gran desafío que se presenta a los trabajadores sanduceros de la ex Paylana que se niegan a rendirse ante las dificultades y han conformado la cooperativa Cotrapay para competir con los gigantes asiáticos en mercados que igualmente se mantienen receptivos a la calidad de la producción que proviene de Uruguay y de Paysandú. Es de esperar que una vez esté en actividad nuevamente la fábrica textil sanducera, la reestructura y el trabajo en base a la modalidad cooperativa pueda mejorar una ecuación calidad- precio que hasta ahora no se ha mostrado capaz de competir con la invasión de una mercadería asiática de dudosa calidad, pero con precios devastadores.
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