Paysandú, Jueves 06 de Diciembre de 2012
Opinion | 05 Dic Los emprendimientos de riesgo, es decir inversión de capital en producción de bienes y servicios para obtener rentabilidad, con la consecuente creación de puestos de trabajo y generación de riqueza, conllevan precisamente dependencia de los vaivenes del mercado, de la capacidad de absorber desfasajes económicos por determinado tiempo hasta que se recomponga la ecuación y a la vez generar un proyecto de mediano y largo plazo con rumbos claros.
En contrapartida, cuando el emprendimiento es llevado adelante por una empresa del Estado --en régimen monopólico o no--, estos condicionamientos se ignoran, no se miden costos ni eficiencia, se cuenta con más personal del necesario, con baja productividad, y en caso de que los números den en rojo, se tiene el respaldo del Estado, para afrontar las pérdidas indefinidamente.
El razonamiento viene a cuento de la situación que se plantea con la producción de arándanos en el Uruguay, que es una exportación no tradicional que ha tenido una fuerte expansión en los últimos años, sobre todo al norte del río Negro, para la exportación de la baya en contraestación a mercados del Hemisferio Norte.
Este año, además de bajar la superficie del cultivo, debido a que han desaparecido por inviables explotaciones en el sur –donde los rendimientos son menores y la futa madura más tarde--, se registraron condiciones meteorológicas adversas, sobre todo excesos de lluvias, que afectaron a calidad de la producción, pero solo como factor agravante de un escenario que se ha ido degradando para los productores respecto a las condiciones iniciales de la inversión.
El punto es que como todo emprendimiento que apunta a la rentabilidad, ésta se ha ido reduciendo, porque mientras se han mantenido estables o bajado los precios en los mercados, los costos internos se han incrementado sustancialmente, y ello ha sido determinante para que una explotación que hace unos años se veía muy auspiciosa se esté comprometiendo gradualmente.
Nuestro conterráneo, Ing. Agr. Horacio Ozer Ami, presidente de la Unión de Productores y Exportadores Frutícolas, indicó a EL TELEGRAFO que la cosecha tuvo una reducción de volumen de ochocientos mil kilogramos respecto al año anterior, con una baja productiva del 25 por ciento, pero a la vez expuso diferencias entre los mercados y las condiciones que existen en el Uruguay para poder competir con la ecuación económica. Es decir que por un lado hay un auspicioso repunte de precios, pero por otro siguen aumentando incesantemente los costos de producción. “Los costos más importantes que han aumentado en el país tienen que ver con la energía, combustibles y mano de obra” dijo, para acotar que los aumentos de la mano de obra “van en contrapartida con la caída de productividad, determinando que no cierre la ecuación final”.
Explicó en este sentido que “los arándanos tienen un valor agregado muy alto en mano de obra, por lo que el sector se ve afectado por la situación que hoy atraviesa el país en materia de competitividad”, y evaluó como muy necesario para tratar de compensar el desfasaje el ingresar a mercados que pagan mejores precios, como son Corea y Japón, por lo menos para ir sobrellevando la situación.
El panorama que expone el empresario frutícola en el caso de los arándanos es similar a el de otras producciones, con matices y características propias de cada una, como la citrícola, a las que desde hace tiempo se les va cerrando la soga en el cuello por las mismas causas, que es el alto costo de producir en el Uruguay, con encarecimiento de insumos y mano de obra en dólares y en pesos, como consecuencia de factores internos, incluyendo la relación cambiaria.
Estos condicionamientos no se dan porque sí, sino que son consecuencia de una política económica que ha priorizado medidas adoptadas al amparo de una coyuntura muy favorable, pero sin encarar respuestas desde el punto de vista estructural para generar un escenario sustentable, dentro de determinados límites.
Por supuesto, los costos son un corsé del que no hay empresa que pueda escapar, a menos que queme capital propio o se endeude apostando a que las cosas mejoren, para tratar de subsistir hasta salir de la encrucijada o definitivamente sucumbir si las cosas no cambian.
Y no es ningún secreto que gran parte de los mayores costos, además de la suba de la mano de obra en dólares, los aplica el propio Estado por tarifas públicas, energía y la presión tributaria para obtener aún más recursos pese a la mayor recaudación por la bonanza, lo que indica que si no se abate el gasto público para aliviar a los empresarios, del arándano o del área que sean, poco y nada se podrá hacer para revertir esta situación.
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