Paysandú, Viernes 21 de Diciembre de 2012
Opinion | 17 Dic De acuerdo al informe “Transformación de la educación media en perspectiva comparada”, elaborado por los especialistas Gustavo de Armas y Adriana Aristimuño, la tasa de repetición del sistema educativo uruguayo supera incluso a la que se registra en los países del África Subsahariana y triplica la del resto de países de América Latina, lo que no es poco decir en un contexto en el que nuestro país hasta no hace muchos años se enorgullecía de su sistema educativo, su proyección en la cultura nacional y en la formación de las sucesivas generaciones.
Este informe, al que tuvo acceso el semanario Búsqueda, indica que Uruguay tiene la séptima tasa de repetición en educación media más alta del mundo entre ciento cincuenta países, con un 19 por ciento de estudiantes que tienen que volver a cursar el mismo año. En el documento, presentado la semana anterior ante el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) se toman valores a 2009 para poder encarar la comparación internacional “y a partir de esos datos los investigadores advierten que ese año el registro de Uruguay fue de 6,6 puntos porcentuales más alto que el promedio simple registrado entre los países del África Subsahariana, que comprende Tanzania, Zambia, Swazilandia, Camarón, Burkina Faso, entre otros”.
Aclara el estudio que “aunque las tasas de repetición o el porcentaje de repetidores es indicador muy básico para asimilar y ponderar la calidad de los aprendizajes que los estudiantes logran en un determinado grado o ciclo la calidad de la educación que un sistema brinda, no deja de ser uno de los instrumentos más utilizados para aproximarse a tales objetivos”, señalaron.
Efectivamente es así, como todos sabemos, porque la repetición se nutre del fracaso en la asimilación de conocimientos y aprendizaje en cualquier etapa de la enseñanza, y no puede soslayarse esta verdad con rebuscados razonamientos respecto a la incidencia de factores para que se dé este escenario, que debería preocupar y ocupar a las autoridades de la enseñanza.
Por ejemplo, ante los resultados de este estudio, el director de Educación, Luis Garibaldi, adelantó la intención del Ministerio de Educación y Cultura de discutir el uso de la repetición como sanción a los malos estudiantes, y consecuentemente se trataría de pedir a los docentes que los hagan repetir menos.
En suma, si los estudiantes no dan la talla para pasar de grado, porque no responden a las exigencias mínimas de aprendizaje para hacerlo, de acuerdo a esta óptica lo que debe hacerse es bajar este umbral para que el estudiante pueda cursar el año que le sigue y de esta forma abatir los índices de repetición, que son el problema. Es inaudito que pueda pensarse de esta forma, aunque no se trata del único jerarca de la enseñanza que ha dejado traslucir este pensamiento, si se tiene en cuenta que ante los pobrísimos resultados de evaluación para nuestro país en las pruebas internacionales PISA para la educación, algunas autoridades señalaron la conveniencia de establecer una suerte de PISA de carácter menos exigente exclusivo para el país o la región, para que los estudiantes resulten mejor ubicados.
Lo que se propone lisa y llanamente encubrir los serios problemas de nuestro sistema educativo tratando de igualar hacia abajo, con pruebas menos exigentes y bajando el promedio del nivel educativo, para seguir medrando en la mediocridad de la formación de nuestros niños y jóvenes que padece desde hace ya demasiados años el Uruguay. Y mientras tanto, nos excluimos del mundo, formando ciudadanos cada vez menos capaces para competir con los países fuera de la región, que son el Uruguay del mañana.
Esta “bicicleta” de ir pasando de grado sin adquirir los conocimientos mínimos es pan para hoy y hambre para mañana, porque en algún momento deberá llegar el momento del sinceramiento, y éste suele ocurrir en el ingreso a la Universidad, donde es cada vez más bajo el nivel promedio de los jóvenes que aspiran a los cursos de nivel terciario.
Por lo tanto seguir una carrera se hace cada vez más cuesta arriba y significa en muchos casos reformular los pasos dados con la falta de base que se arrastra desde primaria y secundaria, lo que en alto porcentaje es un factor determinante para el abandono definitivo de los estudios. Quizás en algún momento a algún iluminado se le ocurra entonces bajar las exigencias también en las universidades, y así podríamos formar ingenieros que no sepan calcular estructuras –o peor aún, que tengan “algunos errores” en los resultados--, médicos tan capacitados como los brujos de una tribu, y así en cada profesión.
Pero también este déficit conlleva que se vuelquen al mercado de trabajo muchos jóvenes que no están ni medianamente capacitados para ejercer determinadas funciones técnicas, y que deben aprender sobre la marcha lo que ya deberían haber absorbido en su pasaje por el sistema educativo.
Es decir que estamos entre la espada y la pared, cuando se insiste en que no se quiere repetición pero tampoco se genera un nivel educativo para lograr este objetivo en base a formación, y se promueve en cambio que bajen las exigencias como si esta fuera la gran solución, y no las reformas estructurales que se siguen postergando.
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