Paysandú, Domingo 30 de Diciembre de 2012
Opinion | 27 Dic De acuerdo al informe final sobre “Inmigrantes y retornados: acceso a derechos económicos, sociales y culturales” la gran mayoría de los uruguayos que regresaron al país en los últimos años, en base a su relato, lo hicieron “alentados por el Estado, ya sea por los consultados en algunos casos o por el mensaje emitido por el Poder Ejecutivo”.
El documento, al que refiere El País, hace mención a un trabajo conjunto impulsado por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), a través de la Dirección Nacional de Política Social y la Organización Internacional para las Migraciones, y entre otros aspectos indica que “los discursos oficiales propiciatorios del retorno pueden constatarse. Seguramente no fue la intención provocar un regreso masivo para el que no se estaba en condiciones óptimas de recepción, pero el hecho de tender lazos hacia el exterior mediante el Departamento 20, con su antecedente del Programa de Vinculación para profesionales y técnicos, implicaba un estímulo para el regreso de los uruguayos en el exterior. De hecho, la ley 18.250 tiene importancia no solamente normativa sino fundamentalmente simbólica. Su difusión necesariamente conlleva una intención de apoyar el retorno, facilitando, por ejemplo, la traída de enseres y vehículos, así como la instalación de una Operación Retorno y Bienvenida que se emplaza en el Ministerio de Relaciones Exteriores”.
Según los informes oficiales de la Dirección de Asuntos Consulares y Vinculación, desde 2009 se triplicaron los retornos, que pasaron de entre 80 y 100 mensuales para ese año a 150 o 200 en el año 2010, y en el 2011 a cifras que rondan entre los 300 y 350 por mes, la mayoría provenientes de España y Estados Unidos.
No puede obviarse, aunque algunos de los retornados no lo mencionan específicamente o lo minimizan, la decisiva incidencia de la crisis económica que se da en la Unión Europea, sobre todo en España, y también en Estados Unidos, como el elemento expulsor de muchos inmigrantes, unido a una exacerbada xenofobia que más o menos parece como dormida mientras haya quienes hagan el trabajo que no quieren hacer los habitantes de los países desarrollados.
Pero como regla general, los entrevistados para el estudio aluden a la “invitación al regreso” y “esto deja enfrentados a los retornantes con el país oficial, manifestando con toda su fuerza un enojo y la exacerbación del ‘que no vuelvan’ los uruguayos que están en el exterior”, de acuerdo a este estudio.
En general se presenta una postura muy crítica respecto a las políticas de vinculación y retorno del Estado uruguayo, al considerar que su deficiencia fundamental se origina en la falta de una infraestructura adecuada y de una partida presupuestaria. En líneas más generales, se responsabiliza al gobierno por haber difundido una política que en los hechos no tiene medios materiales para llevarse a cabo exitosamente. Asimismo, se hace responsable al gobierno de haber promocionado de forma “irresponsable” cierto mejoramiento económico del Uruguay.
Aludiendo a estas quejas, recientemente el presidente José Mujica fustigó la postura de muchos “retornados”, aludiendo a que en su momento se fueron y que ahora quieren que “se les dé todo”, cuando entiende que los uruguayos saben muy bien que nada se obtiene de regalo y que debe volcarse esfuerzo para ganarse una mejor posición.
Pero, sin duda desde el Poder Ejecutivo se promovió que Uruguay estaba viviendo una bonanza como nunca antes vista y que había espacio y oportunidades para que retornaran miles y miles de connacionales que habían dejado estas tierras durante décadas en busca de trabajo que no encontraron en su suelo natal. Y por supuesto que la culpa de ese “exilio económico” de décadas pasadas era consecuencia de las (malas) políticas de los gobiernos anteriores, mientras que los problemas que sufren los retornados actuales se deben a que éstos quieren todo “de arriba”.
Y esta apelación ha coincidido con la situación de crisis en el Primer Mundo, como nunca se había dado en las últimas décadas, lo que evidentemente fue caldo de cultivo para que se generaran fuertes corrientes migratorias en sentido inverso.
Ocurre que la realidad que vivimos los uruguayos día a día dista de este cuadro de bonanza que el gobierno “vendió” en el exterior, porque el empleo “disponible” por lo general es muy precario y mal remunerado, además de que la relación entre ingresos y el costo de vida siempre es muy deficitaria respecto a la de los países desarrollados, aun con éstos en plena crisis, y ni qué decir de la calidad de vida en general.
Tampoco las cosas son color de rosa para quienes traen dinero ahorrado y tratan de establecerse con algún negocio, porque el mercado es muy acotado, sobre todo en el Interior, y porque además el mismo Estado aplica costos exacerbados para el funcionamiento de toda empresa. Por lo tanto no puede extrañar que la adaptación y reinserción de gran parte de los que han regresado sea mucho más difícil que lo que imaginaban para un país donde se les decía que la economía es floreciente.
Es decir que la realidad ha podido más que muchas expectativas, ilusiones y esperanzas, y pese a la mejora económica coyuntural, desde el punto de vista estructural queda mucho por hacer como para hacer sustentable el momento tanto para los que estamos acá como para los que retornan cargados de esperanzas y que a esta altura se ven agobiados por falta de oportunidades en el lugar donde nacieron y en el país que les dio cabida, en lo que parece una calesita sin fin de anhelos y frustraciones.
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