Paysandú, Viernes 04 de Enero de 2013
Locales | 02 Ene (Por Horacio R. Brum) Murió en Nochebuena. Cuatro años atrás llegó de Chile, donde vivía en el cerro San Cristóbal, una de las zonas más pintorescas y tranquilas de Santiago; enviudó hace unos meses en Buenos Aires y desde entonces estaba un poco desequilibrado.
El calor anormal del 24 de diciembre, el bombardeo inmisericorde de los petardos y los fuegos artificiales y tal vez, la soledad, hicieron que Winner amaneciera el 25 tirado sobre su espalda, quieto para siempre, con el alma viajando a un paraíso lleno de hielo y gordas y sabrosas focas... porque Winner era el único oso polar sobreviviente del zoológico de la capital argentina y su muerte bien puede ser un símbolo de las complicaciones absurdas que envuelven cada vez más la vida pública y privada en este país.
Todo indica que el pobre oso murió de hipertermia y trastornado por las explosiones con que los porteños celebraron la noche “de paz”. La hipertermia se pudo prevenir con unos cuantos kilos de hielo, pero a nadie se le ocurrió que un animal diseñado por la naturaleza para vivir en decenas de grados bajo cero podía necesitar esa ayuda; en cuanto al efecto de las explosiones, aunque las autoridades del zoológico había pedido a los vecinos que redujeran el ruido, triunfó el principio de “hago lo que me da la gana”, que en estos tiempos parece ser aplicado por muchos en Argentina, desde la presidenta hasta el último ciudadano.
Como Winner, este corresponsal también llegó desde Santiago de Chile, a pasar las Fiestas en una ciudad que nunca pierde sus encantos, pero en poco tiempo las noticias lo dejaron casi tan trastornado como el oso, porque reflejan la realidad de un país que está haciendo todos los esfuerzos por arruinarse su futuro a golpes de dogmatismos, divisiones sociales y gestos de irresponsabilidad colectiva
Los saqueos a supermercados y otros negocios cometidos en varias ciudades algunos días antes de Navidad no fueron tanto producto de la pobreza y la marginalidad como del debilitamiento de todas las normas sociales.
Contrariamente a la explicación simplista de los disturbios que quiso dar la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (no hay que olvidarse de este último apellido, que está multiplicándose en escuelas, calles, avenidas y estadios del país), los pobres con valores sólidos no se dejan manipular por agitadores ni saquean comercios para llevarse televisores de pantalla plana, pero cuando desde el propio gobierno las leyes se manipulan a voluntad y se corren permanentemente todos los límites, envolviendo los abusos en un discurso populista, la responsabilidad ciudadana se debilita.
“Recibimos órdenes de contener, pero no reprimir”, contaba un confuso oficial de policía de Bariloche, condenado a recibir pedradas y presenciar pasivamente los robos.
Entretanto, la presidenta se ocupaba, en su mansión de la Patagonia, de emitir un decreto para confiscar el predio donde hace más de un siglo y medio se realiza la Exposición Rural: un combate más en su larga y heroica (al menos así lo creen quienes la aplauden) guerra contra “los oligarcas”, que tanto pueden ser los propietarios de 50.000 hectáreas de campo como los chacreros que no están conformes con las restricciones que el gobierno impone a la comercialización de sus productos.
No hubo discurso de Navidad de la señora presidenta; tampoco hubo una distribución de regalos a los pobres, como se hacía en aquellos tiempos peronistas que pusieron las bases de la eterna adolescencia política de los argentinos. En las calles de la grande y cruel ciudad, miles de personas sin hogar esperaron el nacimiento del Salvador refugiadas en los rincones de las vidrieras y algunas recibieron el pan dulce que les llevaron los “oligarcas” de las parroquias. Esos desposeídos y los que todas las noches se ven juntando cartones, sin que su número disminuya, son el mejor mentís de lo que el gobierno nacional y popular, como gusta definirse, está haciendo por los que menos tienen. Eso sí, al día siguiente de los saqueos llegaron a los barrios más carenciados de los alrededores de Buenos Aires unos camiones con bolsas de alimentos, cortesía del ministerio de Acción Social que dirige la cuñada de Cristina Fernández.
Un regalo navideño para las clases medias y altas llegó desde la oposición, con el astronómico aumento de las contribuciones que dispuso el intendente Mauricio Macri, uno de los principales opositores a la presidenta. “No le busque explicación porque no la tiene, señora”, fue la respuesta que un filosófico funcionario comunal dio a la propietaria extranjera de un apartamento cuyas contribuciones aumentaron 300%. “¿Sabe? En este país se juega al Chin-Chan-Chun”, prosiguió. “Cuando usted dice ‘Chun’ y cree que va a ganar, alguien le cambia las reglas y le dice que para ganar hay que decir ‘Chan’”.
En realidad, la explicación es bastante simple: al igual que las contribuciones, el costo de los servicios, los combustibles y el transporte fueron mantenidos durante décadas artificialmente bajos en Argentina, mediante enormes subsidios que fue posible otorgar mientras las vacas estuvieron gordas.
Todavía hoy, el gobierno nacional gasta en ese rubro unos 16.000 millones de dólares, para poder informar orgullosamente en los recibos de la electricidad, por ejemplo, que la cuenta sería dos veces más cara en Chile y cuatro veces más grande en Uruguay. Una diferencia que no se expresa en ese texto es que ni en Chile ni en Uruguay los ciudadanos han tenido que habituarse a las interrupciones del suministro, por falta de inversión en el mantenimiento de las redes. Claro que, como está sucediendo en estos días bonaerenses de insoportable calor, cuando se corta la luz la Casa
Rosada critica enérgicamente a las empresas o inventa alguna conspiración saboteadora de los enemigos del “proyecto nacional y popular”
Los turistas que llegan al país del Chin-Chan-Chun también transitan por el mundo del revés. Varios preocupados amigos chilenos de este cronista le han consultado cómo hacer para cambiar dinero sin perder, dada la diferencia de dos pesos y más que existe entre la cotización oficial y la real.
Tan respetuosos de las formas y las leyes, los chilenos no se animan a cambiar con los “arbolitos”, esos señores que discretamente ofrecen sus servicios en las calles del centro financiero, y son estafados oficialmente a su llegada al aeropuerto de Ezeiza, por el Banco de la Nación o los puestos de cambios privados.
Los pobres turistas no conocen al señor Roberto que --según define él mismo su servicio-- tiene un “delivery de cambio”; con una llamada a un número celular dado por un amigo, el señor Roberto viene a domicilio y cambia dólares o euros, en la cantidad que sea, y el cliente satisfecho obtiene 6.500 o 6.700 pesos por cada mil dólares, comparados con los 4800 que recibiría por respetar las leyes del mundo kirchnerista del revés.
En ese mundo, los argentinos que han querido obtener la autorización de la omnipresente y omnipotente Administración Federal de Impuestos (AFIP) para comprar dólares, reales o pesos uruguayos, se las están viendo en figurillas, porque el sistema computacional que vincula al organismo con los bancos y los cambios se cae con frecuencia por la intensa demanda debida a las Fiestas y el comienzo de las vacaciones veraniegas. Por otro lado, la AFIP graciosamente aumentó el cupo para las divisas de Brasil y Uruguay, pero ahora hay escasez de reales y pesos uruguayos.
Para levantar el ánimo de unos amigos porteños que se sienten cada vez más asfixiados por los controles y la paranoia generalizada que emanan de la Casa Rosada, este corresponsal quiso ofrecerles una cena con vinos chilenos, los que no había traído de Santiago para ahorrar peso en la valija y pensando que en Buenos Aires todavía existían esas casas de artículos importados donde, como en Montevideo, uno consigue los ocasionales placeres de la vida. Cinco comercios de vinos y licores fueron visitados y se recibió la misma respuesta de unos deprimidos dependientes: “Ya no podemos vender esos artículos...”. Es que por decisión del zar de la Secretaría de Comercio, Guillermo Moreno, el mismo que insulta y atemoriza a los empresarios, si alguien quiere importar vinos tiene que exportar gallinas, digamos.
No es chanza de Año Nuevo: una empresa fabricante de pantallas planas de TV está exportando merluzas, para que el señor Moreno le permita importar los componentes electrónicos que necesita. Así se mantiene artificialmente favorable el balance comercial y se obliga a comprar productos nacionales, una estrategia que fracasó 50 años atrás y que ni siquiera los países con gobiernos racionales de izquierda de la región, como Brasil o Uruguay, mantienen.
2013 llegó sin ningún mensaje de la señora Fernández de Kirchner, tan afecta a usar la cadena nacional de radio y TV para difundir los triunfos y logros de su gestión, pero ya hay videos oficiales que pretenden transformar en gesta heroica el bochornoso episodio de la detención en Africa del buque escuela Libertad. La nave llegará a Mar del Plata, acaso para evitar que la caliente Buenos Aires se caliente aún más con una protesta al borde del río, tres días después de Reyes.
Tres días después de esa noche en que no habrá magia del gobierno nacional y popular para los hijos del 40% de los trabajadores, que está “en negro”, sin protección social alguna y con sueldos bajos, porque según un informe de la Universidad Nacional de Buenos Aires, para que una familia viva desahogadamente necesita al menos 1.500 dólares mensuales.
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