Paysandú, Miércoles 09 de Enero de 2013
Opinion | 08 Ene Aunque en teoría Uruguay debería beneficiarse de una complementariedad energética con Argentina, participando en inversiones de infraestructura para apoyarse en un abaratamiento que surja de los grandes volúmenes de producción y consumo en la vecina orilla, la realidad indica que todo intento de hacer algo valedero en conjunto ha tropezado con la imprevisibilidad de las políticas y la irracionalidad de decisiones del vecino país, en el área que sea.
No hace mucho el presidente José Mujica abordó tangencialmente esta problemática, cuando señaló que hasta ahora el Gasoducto del Sur, que iba a proporcionar gas natural barato a Uruguay, solo ha servido para que corran carreras las ratas, y lo mismo podría decirse del gasoducto subfluvial construido hace más de una década a la altura de Casa Blanca, que no ha transportado gas ni para recargar un encendedor.
Por supuesto, buena parte de la responsabilidad para que se den estos episodios radica en la excesiva credulidad de nuestros gobernantes hacia lo que se dice y se firma una y otra vez con el gobierno de Buenos Aires, donde razones de política interna y de cuellos de botella de su tramado socioeconómico hacen que se borre con el codo lo que se escribió con la mano, para seguir tan campante.
Desde hace años, ante el déficit de generación eléctrica y el alto costo del petróleo se pusieron en marcha conversaciones con Argentina para construir una regasificadora que permitirá almacenar Gas Natural Licuado (GNL). Pero ha resultado imposible llegar hasta ahora a algo concreto para cristalizar el emprendimiento, por lo que e Uruguay decidió cortarse solo y buscar por sus propios medios hacerse del respaldo energético que tanto necesita.
Según han indicado voceros del gobierno y de la propia UTE, Uruguay se convertirá en un país exportador de GNL y de electricidad con la incorporación de un barco regasificador en Puntas de Sayago y una Central de Ciclo Combinado en Tigre, al punto que se calcula que ambos proyectos comiencen a funcionar entre fines de 2014 y comienzos de 2015, es decir en un lapso relativamente breve.
El GNL es gas natural procesado para ser transportado en forma líquida desde lugares distantes, y es un mecanismo muy utilizado para el almacenaje del energético donde no es económico llevar el gas al mercado directamente, ya sea por gasoducto o por generación de electricidad, teniendo en cuenta que la licuefacción reduce en 600 veces el volumen transportado. Debe tenerse presente que hasta ahora la importación de gas desde Argentina nos impone trabas muy significativas, por cuanto nuestros vecinos tienen déficit durante determinados períodos en el año, sobre todo en invierno, y está limitada la importación a solo 300.000 metros cúbicos diarios, lo que no llega al dos por ciento de la matriz de abastecimiento de Uruguay.
Pero este no es el único problema, sino que Uruguay paga costos muy altos por el gas, por valores hasta diez veces superiores al del mercado interno argentino. Para que esto se dé se le sobrecarga en la vecina orilla un impuesto a la exportación, por el cual el precio termina en unos 20 dólares por millón de BTU (unidad de energía), cuando en Argentina es de solo dos dólares, y a la vez es más del doble de lo que pagan Brasil y la propia Argentina por el gas que compran en Bolivia, que es de solo 8 a 9 dólares por millón de BTU.
Salta a la vista que en este negocio, ya sea por importación directa de gas argentino o por vía indirecta de otra procedencia, vamos “cocinados” por los condicionamientos que se aplican desde Buenos Aires. Sin embargo, no se trata de una medida exclusiva para Uruguay, sino que este mismo drama lo han sufrido los chilenos, a los que el entonces gobierno de Néstor Kirchner en su momento les cortó el gas en pleno invierno, pasando por alto los contratos que habían suscripto ambos países, porque lo necesitaba para el consumo interno.
El gobierno chileno percibió que este panorama no iba ser una excepción sino la regla, por lo que inmediatamente se abocó a sustituir las importaciones desde Argentina por un esquema similar al que ahora aborda Uruguay, es decir a través de buques regasificadores con abastecimiento diversificado desde varios orígenes.
El resultado es que los chilenos lograron la independencia energética con una planta regasificadora gigante que está en funcionamiento hace ya bastante tiempo.
Por nuestra parte, en Uruguay el proyecto de la regasificadora y la central de ciclo combinado en Punta de Sayago y Puntas del Tigre respectivamente representan piezas fundamentales de una política energética acordada por todos los partidos políticos en el Parlamento en 2010, con hincapié en energías renovables y el uso de gas en lugar del petróleo en el porcentaje que sea posible, por lo que todo indica que entraremos en dos o tres años mejor perfilados que lo que estamos actualmente.
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