Paysandú, Sábado 12 de Enero de 2013
Opinion | 09 Ene El Uruguay ha recibido desde el año pasado el reconocimiento de país libre de Mal de Chagas, o más precisamente del insecto que transmite la enfermedad, que es una especie de vinchuca que hasta no hace muchos años era muy común en determinadas zonas de nuestro país, sobre todo en áreas rurales del norte del río Negro, donde consecuentemente generaba la infección con el parásito causante del flagelo.
El Mal de Chagas es una afección propia de países subdesarrollados y de zonas rurales de extrema pobreza, por lo que no puede extrañar que se manifieste desde México hacia el Sur, a lo largo de todo el subcontinente, y que en nuestro país su prevalencia se daba en el Este de nuestro departamento, Tacuarembó y Rivera, entre otros lugares, como las zonas más afectadas.
Un trabajo sistemático de concientización y educación, además de la fumigación y la erradicación de viviendas de barro mediante la fecunda tarea del Movimiento pro Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural (Mevir), ha permitido ir reduciendo el hábitat de la vinchuca transmisora del Trypanozoma Cruzi, hasta el extremo que a mediados del año pasado el Uruguay fuera declarado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) como libre del vector del Chagas. De esta forma nuestro país pasó a lucir como una mosca blanca en un subcontinente estigmatizado por el flagelo.
Es pertinente evaluar cuál es el panorama en la región para asumir en plenitud la magnitud del éxito en la lucha contra la vinchuca, pero a la vez asumir en la misma medida que la batalla no está ganada ni mucho menos, sino que el problema está latente y puede rebrotar tan pronto se crea que está todo hecho y que es hora de bajar la guardia respecto al monitoreo y seguimiento de la situación, sobre todo en las áreas críticas.
De acuerdo a un informe procedente de Caracas, recogido por La República, el Mal de Chagas, tercera enfermedad infecciosa de América Latina, está cambiando de rostro y se urbaniza, por lo que la amenaza ya se cierne sobre ciudades de América del Sur que tienen escasos controles bromatológicos y además reúnen condiciones propicias para la proliferación del insecto, sobre todo en asentamientos de zonas tropicales y subtropicales.
La autora del artículo, Estrella Gutiérrez, relata que el cambio de rostro “lo ejemplifica la venezolana Luz Maldonado, una profesora de 47 años que hace cinco contrajo la enfermedad por beber un jugo contaminado, en un brote que infectó a 103 personas en una escuela de Chacao, un municipio de clase media y alta de caracas. Un niño murió y la vida de los demás se alteró para siempre”.
Agrega la articulista que las microepidemias por contagio alimentario son nuevas y según fuentes científicas consultadas específicamente, agravan la virulencia, porque miles de parásitos ingresan de golpe al torrente sanguíneo. Las mayores se detectaron en 2005 en Brasil, en diciembre de 2007 en Caracas y en 2010 en la localidad de Chichiriviche, cercana a la capital venezolana. Además, según la OPS, el Chagas afecta a entre 17 y 20 millones de personas en América Latina, en tanto casi el 25 por ciento de la población regional está en riesgo de contraer la enfermedad, que mata anualmente al menos a 50.000 personas. Según la organización, el Mal de Chagas es una de las trece enfermedades tropicales más desatendidas, la tercera de origen infeccioso en América Latina detrás del Sida y la tuberculosis y la parasitosis de mayor morbilidad e impacto socioeconómico en la región. Las cifras son relativas porque muchos casos nunca son diagnosticados, si se tiene en cuenta que a partir de síntomas que se confunden en su momento con otras enfermedades esta patología resume y luego reaparece tras años sin manifestarse, cuando ya el parásito ha atacado varios órganos y provoca la muerte parcial del músculo del corazón, en una etapa irreversible y que suele provocar el deceso del paciente.
El contexto latinoamericano del Mal de Chagas, su amplia difusión y las dificultades que tienen otros países para combatir al insecto vector dan la pauta de la trascendencia de la tarea desarrollada en nuestro país en el combate de la vinchuca en zonas olvidadas de nuestra campaña, pero también indican la magnitud del desafío planteado a efectos de mantener este estado, que no es un “blindaje” ni mucho menos, sino la demostración de que se puede, de que es posible si se actúa con convicción en base a directivas cumplidas estrictamente y se mantiene la vigilia, porque la batalla en estos temas nunca se termina y sigue librándose día a día.
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