Paysandú, Viernes 18 de Enero de 2013
Opinion | 14 Ene La problemática de la recolección de residuos en las ciudades, en general, se ha transformado en una cuestión con trasfondo político y de alta polémica, según los protagonistas que participen en el intercambio. Lo cierto es que se ha tratado de buscar una solución duradera y a la vez clara, en el entendido que se cumple con un servicio pago por los contribuyentes de las respectivas comunas.
Sin embargo, el comportamiento de la población va más allá de la falta de un camión compactador o de un cronograma fácilmente criticable. Las conductas adoptadas serán difíciles de controlar ante la desidia de la costumbre o comodidad. Por una u otra, sacamos la basura varias horas antes que pase el camión, o un sábado –sabiendo que a la noche no se hace la ronda--, o en la víspera de un feriado no laborable, --sabiendo que la recolección se efectúa a la noche de ese día--, entre otras decisiones.
A ello se agrega la inadecuada utilización de las papeleras ubicadas a lo largo de la calle principal, que a pesar de encontrarse visibles, se aprecian bolsas de nailon, envoltorios vacíos, bandejas de poliuretano o pañales en la vereda o contra el cordón.
Mientras hacemos esto en Paysandú, seguimos escuchando con extrañeza la experiencia de compatriotas que han viajado por el mundo y retornan para contar con admiración que en España o en Estados Unidos “no encontrás en la vereda ni un papel de caramelo”. Así y todo, seguimos tirando afuera de los recipientes bajo la premisa de “si todos lo hacen...”.
Sin embargo, se observa la molestia de la población cuando no pasa el camión recolector por desperfectos o medidas gremiales, aunque la bolsa de la basura sigue en la vereda hasta la noche siguiente. O sea que, a pesar de constatar la ausencia de quienes deben cumplir con la tarea, el ciudadano tampoco adopta una conducta compatible con la convivencia al ingresar sus residuos domiciliarios o al permitir que sus animales domésticos salgan a la calle sin control.
La futura contenerización o la experiencia que se desarrolla con los clasificadores en El Curupí no tendrán visibilidad en tanto no haya una responsabilidad colectiva para clasificar los residuos en los hogares, sacarlos en horarios adecuados o adoptar conductas similares a las que escuchamos con admiración en otras partes del mundo, sabiendo –en el fondo--, que son fácilmente practicables. A la hora de poner en práctica una medida que cambie una costumbre, todos tendrán razones para criticarla.
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