Paysandú, Sábado 19 de Enero de 2013

Libres para quedarse

Opinion | 17 Ene Desde el lunes, y por primera vez en cincuenta años, los cubanos pueden viajar al exterior sin pedir permiso a su gobierno. Así --al menos en teoría--, la isla caribeña que desde hace medio siglo es gobernada primero por el régimen comunista de Fidel Castro y más recientemente de su hermano Raúl, ha dado un paso para promover una libertad que ha restringido sistemáticamente a sus ciudadanos.
Y decimos en teoría, por cuanto aún con ser una medida positiva ante el escenario del régimen cubano, está lejos de universalizar la corriente de viajeros que se da en cualquier otro país de la región y del mundo que no esté sujeto a los dictados de una tiranía que se arroga el ser amo y señor de vidas y bienes, por cuanto hay determinados pasos a cumplir que no hacen el campo de orégano. Claro, estamos en una isla, y no hay posibilidades de fuga hacia las fronteras para trasladarse a países vecinos, sino que existe una limitante natural que es el mar, que es igualmente muchas veces desafiado por cubanos en precarias balsas que con diversa suerte han intentado llegar hasta las playas de la Florida en Estados Unidos, para huir del régimen, desafiando los tiburones y la furia del mar tropical siempre impredecible e intimidante.
Por lo tanto la geografía ha sido la mejor aliada de Fidel Castro para dejar a los cubanos con pocas alternativas de abandonar la isla. Así fue más fácil “convencerlos” por la fuerza de que su régimen es la única alternativa para liberarse de las fuerzas del mal, del capitalismo y la economía de mercado, pagando tan solo el “pequeño” precio de no tener libertades y derechos como tienen quienes son ciudadanos de regímenes en los que rige la democracia, que es una “pluriporquería”, como señalara el propio Fidel castro.
Igualmente, la apertura de fronteras proclamada ahora por los Castro y que de todas formas es un avance significativo respecto a la situación anterior, conlleva que los cubanos tengan que abordar la difícil cruzada de conseguir el dinero para los pasajes, en un país pobre y con una moneda que nadie quiere –y por lo tanto que no vale nada--, y a la vez conseguir la visa de los posibles países que los reciban, desde que la enorme mayoría exige visa para el ingreso de cubanos, salvo algunas naciones del ex bloque comunista y pequeñas islas del Caribe. Ahora, la “libertad” de salida no es tal para determinados grupos de la población, porque todavía el régimen se arroga el derecho de no dejar salir a los opositores o disidentes. Así, hay expectativas muy poco alentadoras por ejemplo de que el gobierno deje salir a las Damas de Blanco para que reciban el premio Andrei Sajarov con que se las reconoció en 2005, por cuanto desde entonces se les ha negado sistemáticamente la autorización.
En la misma bolsa están metidos los profesionales de determinadas especialidades científicas, tanto como deportistas, que mantendrán sus posibilidades de migración restringidas, argumentando razones de “seguridad o interés nacional”, como ha hecho siempre el gobierno cubano.
Debe tenerse en cuenta que las restricciones a las libertades vigentes en Cuba desde la revolución castrista no son solo una particularidad de este gobierno, sino que han sido el común denominador de todos los regímenes comunistas, tanto de la ex Unión Soviética como de los integrantes del bloque del “socialismo real” --hoy desaparecido por implosión ante su inviabilidad-- porque se trataba de estados policíacos, en los que el gobierno - estado establecía una severa vigilancia y restringía toda actividad política disidente, donde solo había un partido --el de gobierno-- y quien no participaba en el régimen no tenía ninguna posibilidad de hacerse un futuro.
Ocurre que como en toda dictadura, la receta de consolidación y sobrevivencia del régimen de fuerza incluye como primera medida el restringir todas las libertades, y esta es precisamente la fórmula aplicada a rajatabla en Cuba, con el argumento de la “amenaza imperialista”.
Pero, paradójicamente, quienes pretenden salir de la isla quieren dirigirse sistemáticamente hacia los países capitalistas, y los simpatizantes de izquierda, que salen de sus países de origen para intentar labrarse un futuro mejor, no se radican ni locos en el paraíso cubano, sino que pretenden un lugar en las naciones que condenan de la boca para afuera, porque son donde realmente se paga el trabajo y el esfuerzo, en lugar de medrar en la mediocridad y hacer un culto de la pobreza compartida como en el régimen de La Habana.


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