Paysandú, Jueves 24 de Enero de 2013
Opinion | 21 Ene De acuerdo a datos aportados por UTE, Uruguay es uno de los países más electrificados de América Latina, con una tasa de electrificación del 98,7 por ciento del territorio nacional, lo que es un alto porcentaje si se tiene en cuenta que la medición comprende las áreas rurales, que son las de mayores dificultades de acceso al servicio.
El subgerente de Control de Gestión Técnica del organismo, Washington Sposaro, al analizar la evolución del servicio, destacó que en 2012 se mantuvo el promedio de tendido de unos mil kilómetros por año, sobre la base de varios planes de que dispone el organismo con este fin, y que incluyen la participación de los propios interesados.
El año pasado la extensión comprendió exactamente 1.001 kilómetros, ejecutados en su mayoría bajo la modalidad por terceros, es decir con el aporte de dinero por los interesados y el suministro de material por la empresa estatal, mecanismo por el cual se tendieron 715 kilómetros de red a través de la tarea desarrollada por unas 80 empresas habilitadas para encarar obras de este tipo en todo el país.
Asimismo el organismo ejecutó tendidos mediante convenios con Antel, Mevir y ANEP por 118 kilómetros, en tanto otros 45 kilómetros fueron abordados tras la firma de un convenio con la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) y la Asociación de Cultivadores de Arroz (ACA), mientras 123 kilómetros fueron encarados por la propia UTE para atender necesidades de determinados centros poblados que se decidió electrificar por decisión del Directorio.
Es positivo que el organismo mantenga en ejecución unos mil kilómetros de tendidos anuales, en el entendido de que estas obras involucran una erogación que no resulta rentable como inversión, como sería el caso de ciudades y zonas densamente pobladas, por cuanto la densidad de cliente por kilómetro cuadrado es mínima y sería impensable poder hacerlo en el marco de una política de expansión de red apuntando a captar más consumidores.
Forma parte por lo tanto de las áreas subsidiadas para electrificación de nuestro interior profundo, que han carecido desde siempre de este servicio que hace a la calidad de vida y las posibilidades de emprendimientos productivos de los habitantes de la campaña. Los memoriosos, ya con muchas décadas a cuestas, recordarán que hasta la mayor parte del siglo pasado en muchos poblados de nuestra campaña era común el uso –por quienes tenían determinado poder adquisitivo-- de los generadores a nafta que se prendían al caer la tarde y por unas pocas horas, que han ido saliendo paulatinamente de servicio a medida que ha avanzado la electrificación.
También eran comunes los molinos que cargaban baterías o “windchargers”, además de los de grandes aspas que todavía se ven hoy para la extracción de agua, con el viento como energético renovable adelantado a la época. La electrificación que se extendió gradualmente a partir de la década de 1960 y 1970 fue un factor revulsivo para decenas de miles de habitantes del Uruguay profundo, y no solo ha contribuido a mejorar la calidad de vida, sino también la productividad de emprendimientos agropecuarios y agroindustriales, como es el caso concreto de los tambos, entre otros.
Pero pese a estos avances y la sucesiva incorporación de centros poblados a la red, han sido notorias las dificultades para las áreas alejadas, para los caseríos y más aún para los potenciales clientes individuales, porque precisamente la densidad de clientes por kilómetro cuadrado condiciona seriamente la afectación de recursos para llegar con la red.
Con el avance tecnológico se han instalado en escuelas y algunos caseríos, incluyendo a construcciones domésticas, paneles solares que permiten contar con electrodomésticos e iluminación a partir del uso de la energía solar, aunque con una potencia muy limitada, pero se ha constituido igualmente en un buen paliativo para mejorar la calidad de vida en el medio rural.
El gran debe, igualmente, se ha planteado en la extensión de la red por los motivos apuntados, porque el remanente del territorio nacional de poco más del uno por ciento sin electrificar constituye el “núcleo duro” de la ecuación por los costos y la escasez de opciones valederas para llegar con las alternativas disponibles en generación local, como podría ser las propias microrepresas, la energía eólica, la solar o la biomasa.
De todas formas, el promedio de mil kilómetros anuales alienta la expectativa de que el cien por ciento electrificable pueda alcanzarse en un período de tres a cinco años, quedando el resto para los sistemas solares o eólicos individuales.
Ello indica que debería ponerse especial énfasis en este último aspecto, explorando líneas especiales con apoyo crediticio “blando” para plantear la opción a potenciales clientes a los que seguramente se ayudaría a permanecer en el medio rural mediante un servicio que les mejorará sustancialmente la calidad de vida.
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