Paysandú, Domingo 27 de Enero de 2013
Deportes | 21 Ene Hace unos cuantos años, durante una visita a la feria de Tristán Narvaja en Montevideo, me llamó la atención un mate de porcelana antiguo. Al preguntarle a la vendedora por el precio, largó una frase desopilante que es difícil de borrar: “es antiguo, pero hecho ahora”. Y no hacen falta más explicaciones.
¿A qué viene esto? A que el partido entre Bella Unión y Paysandú en el Estadio “Los Olivos” recordó lo que eran los viejos compromisos de Copa, aquellos de hacha y tiza en los que el local intentaba que todo, cada detalle, jugara a su favor.
Desde el vestuario incómodo hasta el prácticamente no poder bañarse porque el agua faltaba sin aviso. Desde la ubicación de los hinchas visitantes en una tribuna “en exclusividad”, que poco a poco se fue llenando de simpatizantes locales no solo en las gradas sino detrás del muro perimetral del escenario, donde una zorra de camión sirvió para que un par de decenas de personas miraran el choque y dedicaran piropos permanentes a los hinchas visitantes.
Pasando lógicamente de la pierna fuerte, al límite de lo antirreglamentario, a tener la complicidad del arbitraje.
El partido que terminó 1 a 1 fue uno de esos viejos partidos coperos. Complicados, difíciles de sacar adelante. En los que, más que querer jugar bien, había que apretar los dientes y luchar contra todo. Y eso le pasó a Paysandú.
Es verdad que la Blanca cometió un pecado que casi termina siendo capital: no liquidó el partido en el primer tiempo. Y pudo hacerlo más allá de ese penal que Bicca no pudo traducir en gol.
Porque Paysandú fue mucho más en el primer tiempo, al punto que el local hubiera necesitado de un GPS para saber dónde estaba la pelota. El equipo de Ramón Silvera fue, en gran medida, el que se pretende: jugó, tocó, pasó bien la pelota y buscó los espacios para llegar con peligro. Dominó de principio a fin pero no supo liquidar a un Bella Unión que, tras esa incidencia desafortunada del penal, suspiró porque sabía que nada estaba perdido. El local reaccionó en el segundo tiempo. Lo que pretendió, no en base a fútbol, fue llevarse por delante a Paysandú. Y lo logró. Es verdad que sacó fuerzas de flaqueza, que metió en todos los sectores de la cancha, y que poco a poco fue llevando a la visita a su terreno. Pero también es cierto que el árbitro fue el mejor cómplice que pudo haber tenido el equipo rojo porque Bella Unión pegó cuando y como quiso, ante la mirada permisiva del colegiado, lo que terminó por enrarecer más aun el clima con el que había comenzado el partido tras la batalla campal final, verdaderamente lamentable, del choque preliminar de Sub 18.
Así, podía esperarse cualquier cosa. Por suerte varios de los jugadores temperamentales de Paysandú no reaccionaron, porque lo vivido minutos atrás tranquilamente pudo haberse repetido.
A Patritti, por ejemplo, le dieron para que tenga y guarde. “No siento nada del aductor, pero tampoco siento las piernas. Me cagaron a patadas”, dijo el delantero. Mejor no pudo haberlo graficado, porque hasta le araron la espalda con los tapones.
Como frutilla de la torta, llegó el empate en jugada que debió invalidarse por fuera de juego. Y, como ese copetito de crema final que termina de darle al postre una vista única, Acosta tuvo una gran atajada para salvar una derrota cuando se moría el partido.
La Blanca jugó su mejor partido en lo que va de la Copa Nacional y alienta de cara al futuro. Fue otra cosa, pero le falta. Sobre todo por lo que tiene. Le resta mantener esos minutos de buen fútbol, le falta mantener tranquilidad en los momentos necesarios a la hora de jugar la pelota, pero estuvo más cerca de lo que se espera y de lo que puede dar. Pero, sobre todo, le falta aprovechar el momento para liquidar las cosas. Porque el sábado sufrió, por mérito propio, al no haber cerrado el partido en el primer tiempo; pero también porque el trámite del complemento no fue normal. Fue uno de esos partidos de antes. Difíciles, con pierna fuerte, llevado a prepo, con errores arbitrales decisivos, y hasta si se quiere sicológico. Pero, como dijo aquella vendedora en Tristán Narvaja, hecho ahora.
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