Paysandú, Lunes 28 de Enero de 2013
Opinion | 23 Ene Tras la compra del ex cine Plaza, en Montevideo, por una iglesia pentecostal que adquirió el inmueble --por unos cuatro millones de dólares-- con dinero de su sede central en Brasil, el gobierno uruguayo decidió controlar a religiones y cultos, para evitar que sean centros de lavado de dinero u otras actividades ilícitas.
Buena la intención aunque un poco bastante tarde. La parte económica de religiones y cultos –que por otra parte, están exoneradas de impuestos nacionales-- debió ser controlada desde siempre como todas las otras áreas financieras en el país. No es posible desconocer que las religiones --esa actividad humana que suele abarcar creencias y prácticas sobre cuestiones de tipo existencial, moral y sobrenatural-- y los cultos --las manifestaciones esotéricas de una religión, aunque algunas manifestaciones del mismo puedan estar reservadas a los iniciados y, por ello, pertenecer al esoterismo--tienen un fuerte componente económico en la medida que los fieles contribuyen --voluntariamente o dentro de un sistema de pagos sucesivos-- diaria, semanal o mensualmente.
La libertad de cultos está garantizada por la Constitución y eso es uno de los orgullos de la nación: que cada cual sea libre de expresar y profesar su creencia, del mismo modo como su ateísmo.
Ahora bien, esa libertad de ningún modo debe extenderse a las finanzas, en la medida que la actividad económica está gravada con diversos impuestos. Menos la relacionada con las religiones y cultos.
Esto lleva a que cualquier auto proclamado pastor levante una iglesia, capte devotos y viva de sus dádivas sin dar cuenta de nada y sin que nadie sepa la cuantía del dinero conseguido.
Y, hasta ahora, el Estado nada puede hacer. La DGI no tiene capacidad alguna para actuar sobre esas finanzas, defendidas por la fe. No hay dudas que hay muchas iglesias, religiones y cultos que decididamente están actuando desde la fe, la moral y lo sobrenatural. Y que muchas veces no obtienen siquiera el presupuesto necesario para cubrir los gastos corrientes.
Pero, hecha la ley hecha la trampa, también es cierto que hay otros cultos que solamente están referidos a la figura del pastor y tienen sofisticados sistemas de recolección de dinero entre los fieles, que engordan el bolsillo de sus pastores. De nuevo, estos no pagan ningún tipo de impuestos; la ganancia es absoluta.
Es hora de revisar esto para que la libertad de cultos se mantenga firme pero el ejercicio de la actividad financiera dentro de la iglesia pueda ser controlada para determinar entonces si se mantendrá libre de impuestos o no. Jesús echó a los mercaderes del templo. Es un buen ejemplo.
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