Paysandú, Viernes 01 de Febrero de 2013
Opinion | 31 Ene En las próximas horas nuevamente se reunirá la plana mayor del gobierno de la Administración Mujica a efectos de analizar la gestión que llevará a cabo durante este 2013, pero ya el mandatario advirtió que no habrá “cambios de carácter fundamental” en lo que queda de su administración, de acuerdo a lo que declarara en Chile al canal de televisión TNU, aunque no descartó que pueda haber “un ajuste aquí o allá”.
A la vez, en el primer Consejo de Ministros del año el presidente José Mujica acaba de incluir entre sus objetivos la “profundización” de la reforma del Estado, lo que en apariencia contradice el concepto de que no habrá cambios de carácter “fundamental” en su administración, porque vaya si es importante y revulsivo todo lo que tenga que ver con la reforma del Estado.
El punto es que el término “profundizar” refiere a seguir en determinada línea y acentuar algo que ya se ha hecho o está en camino, pero lo cierto es que no hay ninguna reforma del Estado en marcha, porque más allá de los anunciados sobre lo que habría que hacer, sobre lo que suele pontificar a menudo el jefe de gobierno, el Estado sigue lo más campante, con toda su burocracia e ineficiencia a cuestas, pese a algún retoque que se ha promocionado.
Y realmente se ha dejado pasar una oportunidad única para encarar las grandes --en toda la acepción del término-- reformas que necesita el Estado uruguayo, o por lo menos empezarla sobre objetivos claros, bien determinados, y sobre los que no debería haber marcha atrás, porque en ello le va la vida al país. Pero sobre todo afectará a las futuras generaciones, que tal como van las cosas deberán seguir cargando con el lastre de nuestro paquidérmico Estado, en las buenas coyunturas pero sobre todo en las malas, cuando éste se lleve la parte del león sobre las penurias de los uruguayos, como ha ocurrido siempre.
Y decimos que se ha perdido una oportunidad única porque en bonanza todo sería más fácil, y porque además desde el propio Frente Amplio, ya desde que asumió el ex presidente Tabaré Vázquez, se ha asumido que es preciso cambiar la pisada respecto a un Estado que no le sirve al país ni a ningún gobierno, porque las mejores intenciones siempre tropezarán con el enorme contrapeso de un Estado que distorsiona cualquier andamiaje, que no devuelve en servicios los recursos que detrae de los sectores productivos.
Encima, es defendido por un lobby de sindicatos de funcionarios del Estado que entienden que todo lo que se haga para reformarlo amenaza sus cargos y sus condiciones de trabajo muy benignas, así como sus beneficios, además de los sectores que siguen detenidos en la década de 1960 y que entienden que todo debe hacerse a través del Estado, por lo que entienden que lejos de reformarlo, debe hacérselo crecer y ocuparse además de actividades que ahora están en el sector privado.
Y mientras Vázquez no hizo absolutamente nada que hiciera honor al calificativo de la “madre de todas las reformas” del Estado que iba a encarar, el presidente Mujica al asumir también había dicho que iba a encarar una reforma “profunda” del Estado, que en los hechos no ha aparecido por ningún lado.
Y es que además de la oposición interna dentro de la fuerza de gobierno, más allá de alguna referencia en su oratoria, sobre lo que ineludiblemente debería hacerse, el presidente ha puesto el freno a todo sano intento de llevar adelante la reforma, porque ha preferido no chocar con los sindicatos del Estado y el Pit Cnt. Éstos por su parte se oponen tenazmente a tocar la estructura del Estado, y cada vez que tienen ocasión le recuerdan al mandatario que si no fuera por el movimiento sindical el Frente Amplio y él mismo no estarían en el gobierno, desde que han sido parte fundamental en la acumulación de poder para llegar al gobierno tras una oposición tenaz y sistemática a los gobiernos de los partidos tradicionales.
No puede extrañar entonces que la reforma del Estado tan mentada siga en eso, en los enunciados, y que a todo intento aislado de moverse en esa dirección siga una marcha atrás inmediata ante las primeras reacciones de quienes quieren que todo siga como está, y que el presidente se encoja de hombros ante cada traba, porque “no me dejan”, cuando precisamente él está en ese cargo no solo para de vez en cuando “ilustrar” a los uruguayos sobre lo que hay que hacer, sino por lo menos para empezar a hacerlo o crear las condiciones para ello.
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