Paysandú, Domingo 03 de Febrero de 2013
Opinion | 01 Feb Desde hace rato se han encendido luces “amarillas” por los economistas que advierten sobre la sistemática caída de la competitividad del país, pero desde el gobierno hasta ahora se ha eludido aceptar esta visión y se contesta con los números de las exportaciones, que no decaen, cuando no se baten récords.
La realidad indica que hay argumentación atendible en una y otra posición, pero eso no significa que las visiones no sean compatibles y que se esté hablando de la misma cosa, pero desde distintos ángulos, ante realidades que coexisten pero son interpretadas con diferente sesgo y poniéndose énfasis en lo que a cada uno parece interesarle.
Pero una percepción inequívoca, aunque las cifras de exportación sean buenas, es que efectivamente sigue retrocediendo la competitividad del país, y ello debería ocupar a unos y otros, para no quedarse en el diagnóstico y evaluar así eventuales salidas.
Los números oficiales indican que la competitividad de la economía local medida a través del tipo de cambio real registró un retroceso de 11,4 por ciento en 2012, que es la mayor medida punta a punta desde el año 2000. No puede extrañar que la evolución de la capacidad de competitividad de la economía local haya encendido luces de advertencia entre los analistas, que según El Observador avizoran eventuales “ajustes” que son necesarios.
Es que para que se dé esta caída en la competitividad no alcanza con la tendencia sistemática del tipo de cambio, sino que al mismo tiempo tenemos una inflación anual del orden del 8 por ciento que es superior a la de nuestros principales socios comerciales. El resultado es que se ha registrado un encarecimiento de los bienes producidos por Uruguay medidos en la moneda extranjera.
Como contrapartida los exportadores perciben dólares que cada vez rinden menos en pesos, producto de la inflación y la apreciación del peso, por lo que nos hemos encarecido en costos de producción y a la vez resulta más barato importar que hacerlo en casa, por lo que no extraña que los productos nacionales sean desalojados de las góndolas de los comercios por sus similares de importación. En este período la competitividad de los bienes uruguayos se redujo frente a todos los destinos relevantes, pero particularmente ante Brasil, que el año pasado dejó de ser el mayor socio comercial del Uruguay, puesto que ahora ocupa China. Es así que la relación del tipo de cambio real efectivo con el vecino país del norte se deterioró 15,4 por ciento entre diciembre de 2012 e igual mes del período precedente, siempre según los datos oficiales.
A la vez frente a Argentina la caída fue de 12,5 por ciento, frente a China del 6,1 por ciento y 8,5 respecto a Estados Unidos, a lo que se agrega el 8,4 por ciento ante Alemania, 8,1 ante Italia, 7,8 frente a España y 4,3 por ciento con relación al Reino Unido. Está claro entonces que el problema está en nosotros y no se debe a situaciones puntuales ante tal o cual país.
Ahora, ante esta realidad que rompe los ojos, el gobierno reconoce parcialmente el problema pero a la vez subraya que los números de las exportaciones están dando mejor que nunca. La explicación pasa por el qué y cómo exportamos, porque pese al tipo de cambio deprimido y los altos costos internos seguimos siendo exportadores de materias primas a las que se da valor agregado en el exterior. Es decir que tenemos ventajas naturales para producir soja y otros granos, como así también la madera, carne, lana, pero seguimos exportando a un precio que resulta cada vez menos rentable para los productores, que siguen vendiendo pero con menos ganancia porque los precios internos devoran los buenos valores internacionales de la mayoría de los commodities.
Es decir que estamos cada vez más lejos de poder competir con nuestro trabajo sobre la materia prima, es decir con valor agregado, porque al encarecimiento de insumos se suman los de la mano de obra en dólares, lo que confirma que cada vez se torna más primaria nuestra producción y se compra trabajo afuera, que es más barato que el nuestro y donde se genera tecnología y se capacita mejor a la fuerza laboral.
Esta es la realidad que resulta insoslayable, que afecta cada vez más a nuestras agroindustrias con valor agregado, y que no puede disimularse con números que en apariencia dan muy bien, pero que solo dan para ir tirando hasta que nos demos de bruces contra la porfiada realidad.
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