Paysandú, Lunes 04 de Febrero de 2013
Locales | 01 Feb El matrimonio sanducero integrado por Sandra Peruchena y Walter Espinosa se encuentra viviendo en la ciudad de Santa María, Brasil, desde el 12 de diciembre pasado, hacia donde llegaron por iniciativa propia y motivados por su religión --Testigos de Jehová--, para servir como predicadores en un territorio donde habitan personas de habla hispana. Esas circunstancias, entre otras, los llevaron a vivir a cinco cuadras de la discoteca Kiss que ardió durante la madrugada del domingo 27 de enero y acabó con la vida de 235 jóvenes de entre 18 y 20 años, además de provocar heridas a más de 100 que se encuentran internados en distintos centros hospitalarios de Porto Alegre.
En referencia a su tarea evangelizadora, Sandra explicó: “Apoyamos el campo español y ayudamos en lo espiritual a los inmigrantes que visitamos casa por casa”. A la ciudad de Santa María llegaron de paseo el año pasado y “vimos la necesidad de esta tarea espiritual que nos llevó unos diez meses preparar el proyecto, con una visita previa al lugar para observar la prestación de algunos servicios como la salud o las ofertas de alquiler, además de propuestas laborales”. Ambos indican que se desempeñan en quehaceres de media jornada para cumplir con el objetivo trazado inicialmente. El primer impacto a su llegada fue la cantidad de jóvenes que pueblan las calles, mostrando una ciudad muy activa. Sin embargo, desde el pasado domingo 27 todo ha cambiado. Por las calles camina poca gente y se observan los servicios mínimos. La tragedia golpeó fuertemente a esta ciudad de 300.000 habitantes.
TODO CAMBIÓ
El brasileño es alegre y jovial por naturaleza, pero en Santa María al menos, esa alegría se ha perdido. “No domino mucho el portugués, pero en los medios de comunicación están transmitiendo todos los días. Aunque sólo conozcamos de vista a algunas personas, todos estamos profundamente movilizados porque son vidas muy jóvenes”.
Sandra imagina lo ocurrido: “De tener un día movido a pasar a identificar los cuerpos de sus hijos en un gimnasio. De salir a bailar a escuchar los helicópteros sobre nuestras cabezas. Se nos eriza la piel porque fue allí, como pudo haber sido en cualquier otro lugar. En mi opinión, la Prefeitura (o municipalidad) también tienen responsabilidad en el hecho, además de los dueños de la discoteca, porque debieron ejercer un control”.
A pocos días de llegar a Santa María, el matrimonio realizó una recorrida por el barrio. “Con mi esposo nos llamó la atención la puerta pequeña que tenía esta discoteca, que incluso motivó el comentario, pero sin imaginar jamás que a los pocos días sucedería esta tragedia”. Recuerda que “en un primer momento los guardias de seguridad de la discoteca pensaron que se había provocado una riña, por eso trancaron esta puerta y cuando una de las personas dijo que abrieran porque se estaba incendiando el lugar, allí comenzó la desesperación y a pasar unos por encima de otros. Ese testimonio lo escuché de algunos sobrevivientes”.
En Santa María, los canales locales transmiten todos los días una historia de vida perdida en el incendio de la discoteca y cuentan sus anhelos truncos por la avaricia del propietario del lugar, que quiso primero que los concurrentes pagaran su consumición. “Había 1.200 personas con una sola puerta de salida, tenían tres segundos para salir antes que el fuego llegara a la puerta y 30 metros para caminar. ¿Cómo se hace con más de mil personas?”, se pregunta.
Kiss tenía la habilitación vencida desde junio del año pasado y esta situación irregular hace fluir el pensamiento de todos, brasileños y visitantes. “A mí me pasa por la cabeza en este momento algo que no es ninguna novedad: la gente perdió el amor y la plata influye demasiado en la seguridad de la gente”, dijo la sanducera.
Los recuerdos fluyen desordenados porque las escenas ocurrieron en momentos de caos y dolor. “Recuerdo el caso de un muchacho que salvó a 14 personas rompiendo la pared con un martillo pero que murió por la intoxicación. Era un militar que tenía franco porque había llegado a la ciudad a celebrar un cumpleaños”, contó con admiración y tristeza.
Aunque la comunicación es telefónica, su voz describe cada escena: “Todo esto da para pensar. Si se organiza un evento de formatura, como se denomina aquí, o fiesta de fin de cursos en un local donde toca una banda, cómo no prevenir si saben de antemano que van a concurrir tanta cantidad de personas”. Cualquier reflexión parece necesaria para todos por igual. “Santa María está como si fuese un 1º de Mayo para nosotros, hay una sensación de luto. De hecho lo estamos, por más que somos uruguayos”.
Aunque la ciudad tiene 300.000 habitantes, “cada familia tiene un conocido, o amigo o familiar que perdió en la tragedia y el sentimiento es de dolor. Lo cuento y me eriza la piel, porque esos hijos fueron a disfrutar de un momento de esparcimiento y que llamen a sus padres a las 3.30 de la mañana para decirles que hubo un incendio y recién a las 4 de la tarde saber la cantidad de muertos, con las cámaras que filmaban a esas personas esperando, eso fue espantoso. Estamos expuestos por irresponsabilidad de otros. Ellos fueron el resultado de un efecto colateral”, dijo.
Domingo trágico
El domingo durante todo el día fue imposible salir de sus casas. “Los helicópteros continuamente sobrevolando nuestras casas y sirenas todo el tiempo. Un caos”, lo definió. Sin embargo, hoy en Santa María hay “un silencio que asusta, eso es lo que penetra, y saber que cada familia está pasando por el luto”.
Al día siguiente, lunes, “tenía planeado ir a la plaza a encontrarme con una compañera para continuar con la predicación y optamos por no ir. Dolía salir a la calle porque continuabas viendo gente esperando a sus muertos. Aún siguen conmocionados”, explicó. Reconoció que la tragedia no los tocó directamente, pero “conocíamos de vista a algunos de los fallecidos. Por ejemplo a tres jóvenes que vivían en la misma cuadra, fueron criados allí y los tres fallecieron. Murieron parejas de novios y hay casos de padres que debieron enterrar a dos hijos”, contó y suspiró.
No obstante, la vida cotidiana devuelve la gente a la calle y a los encuentros. “Hoy vi a la madre de uno de ellos y la miré sin poder decirle ninguna palabra, sino abrazarla y tener ese sabor amargo de saber que hay gente a la que solamente le importa la plata”. Esa realidad arranca nuevamente un comentario enardecido de quienes han elegido otro camino para sus vidas. “El dueño del lugar tendría que haber controlado el tipo de bengala que utilizaba la banda de música y los extintores que no funcionaban, porque uno de los músicos intentó apagar el fuego pero no pudo”, enfatizó.
En Santa María todos comentan que “van a rodar cabezas porque no solamente el dueño de la discoteca tuvo la culpa. He tenido la oportunidad de andar por varios lugares y todos tienen el mismo sentimiento”. El duelo nacional por tres días se cumplió hasta este miércoles. A rajatabla. “Estaban cerrados todos los locales comerciales que tenían una banda negra que decía: ‘Estamos de luto’, y los cuatro shoppings estaban cerrados. Nadie tiene palabras para definir una tragedia de este tipo. Estamos conmocionados y lo estaremos por mucho tiempo. Esto marcó un antes y un después en Santa María”.
En los próximos días comenzarán las clases en la universidad y el 18 febrero, lo harán primaria y secundaria. “Será un duelo nuevamente y mucho más duro porque se notará la ausencia de estos jóvenes”. Santa María, la ciudad con 26.000 estudiantes que llora a sus muertos por desidia y soberbia de quienes tienen en sus manos una balanza invertida. La ciudad jovial y trasnochada, hoy apenas camina agobiada y retorcida de dolor.
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