Opinion | 04 Feb ¿Gastar más o gastar mejor? Esa es la cuestión que debate la interna del gobierno nacional, que en los aspectos económicos está separada en mujiquistas y astoristas. En los próximos días estará en manos del presidente José Mujica la propuesta de subir el IRAE en cinco puntos y llevarlo al 30%, además de un aumento de tributos para artículos considerados “suntuarios”. Ambas iniciativas llegan precedidas por una profunda discusión interna, incluso hasta con cambios de posiciones en algunos sectores que proponían este aumento hace dos años y ahora dicen que lo conocerán cuando arribe al Parlamento.
Economistas de izquierda y otros ligados a partidos de la oposición analizan las mismas medidas, bajo distintas bibliotecas. Quedará por descubrir si los aumentos que se vienen no responden a una contradicción en torno a la reforma tributaria aprobada en 2007, o si corresponde estudiar las razones por las cuales se quitó el Imesi, considerado un impuesto específico que gravaba los artículos suntuarios y ahora se anuncia un incremento para los mismos o si este nuevo paquete repercute en la población bajo el mensaje de lograr un efecto distributivo entre quienes lo necesitan.
Es la vieja premisa de gravar el capital y la riqueza, antes que continuar incrementando un impuesto al trabajo. Lo cierto es que mujiquistas estiman que queda espacio todavía para instrumentar medidas de este tipo, al tiempo que los astoristas consideran que la situación es delicada en un 2013 que “no será un año fácil”.
Mientras tanto, queda por saber si uno de los dos bandos económicos se referirá en algún momento a los subsidios al gran capital que se encuentra instalado en zonas francas, con exenciones impositivas que se han transformado en un sacrificio fiscal de relevancia. El análisis está trancado en si el paquete de medidas desalienta o no las inversiones, a pesar que algunos sectores han aumentado notoriamente su rentabilidad.
En este caso, sólo importa que los inversores no desistan ante las contradicciones existentes entre un discurso y otro. Y que el barco no se detenga ante la visión de dos timoneles parados de espaldas, que señalan hacia su propio horizonte.