Paysandú, Martes 05 de Febrero de 2013
Opinion | 30 Ene A partir de la sobreexplotación de recursos naturales, y el paulatino agotamiento de energéticos fósiles, como el petróleo --que tras su irrupción fue el energético por excelencia para mover al mundo y alentar además la industrialización--, han surgido sobre todo en los países desarrollados mecanismos de estímulo para el desarrollo de energéticos renovables, como la energía solar y la eólica, así como de los biocombustibles, cuya producción ha tenido un “boom” en los últimos años.
Para ello en el primer mundo ha sido necesario volcar cuantiosos recursos tanto en lo que refiere a la investigación como para promover inversiones en esta área considerada estratégica, lo que ha dado lugar a la vez a canalizar fuertes subsidios al sector ante el alto costo de la materia prima y los procesos respectivos, pero con la fundamentación de que esta visión conlleva que se consideren estas políticas como una inversión a futuro y a la vez tratar de mantener reservas de los energéticos fósiles.
Pero en contrapartida, algo así como los efectos colaterales de los medicamentos, han surgido en el propio mundo desarrollado voces condenatorias de estas políticas de subsidios, aunque no por el hecho del subsidio en sí, sino porque la forma en que se ha promovido la producción de biocombustibles en el primer mundo, el gran contaminante del planeta, deriva en que lejos de mejorarse la calidad del medio ambiente, se le deteriora aún más.
Así, la ONG británica Oxfam solicitó el domingo a la comunidad internacional que deje de subsidiar la producción de biocarburantes en los países del norte, porque no combaten el cambio climático y usan mucha tierra que podría destinarse a cultivos. “Los biocarburantes que se producen en el norte, por ejemplo los de maíz en Estados Unidos, son totalmente perjudiciales. Porque para producirlo se necesita tanta energía que al final no se reducen emisiones y no se colabora en la lucha contra el cambio climático”, dijo Barbara Stocking, directora ejecutiva de Oxfam.
“No hablo de los de caña de azúcar en el sur, que provienen de un producto ya usado y que se benefician de la energía limpia de los rayos del sol”, agregó. “Además, esos cultivos usan mucha tierra que podría utilizarse para cultivar alimentos. Se sabe que un 30 por ciento del aumento de los precios en los últimos años se debió a los biocarburantes”, sostuvo. “Por todo ello, pedimos encarecidamente que se suspendan todos los subsidios a esos cultivos que distorsionan el mercado y contaminan”, concluyó Stocking.
La activista participó en una mesa redonda titulada “La ecuación de la seguridad alimentaria”, que formó parte del programa oficial del Foro Económico de Davos, el encuentro anual de altos ejecutivos de las mayores compañías del mundo y representantes gubernamentales que anualmente se reúnen en esa estación alpina.
Por cierto, no le falta razón a la activista en este caso, pero no menciona que los subsidios a las producciones primarias en realidad son moneda corriente en el mundo desarrollado, como en el caso de la agricultura, porque como regla general los productores del agro europeos son los más subsidiados y protegidos del mundo. Asimismo, muchas veces por la producción que logran en base a subsidios desalojan en los mercados internacionales a sus colegas de países emergentes, sobre todo los de América del Sur, pese a que tienen ventajas comparativas para producir por clima y suelo, pero sin el beneficio de los tesoros de sus respectivos países para ser subsidiados.
Por cierto, en el tema específico de los biocombustibles, Estados Unidos y otros países desarrollados no tienen cómo competir sin subsidios con países como Brasil, que produce biocarburantes a partir de caña de azúcar, soja, palma y otras producciones que se dan con muy buenos rindes en su suelo y clima, así como con otros países latinoamericanos y asiáticos.
Y el eje central es que estamos por lo tanto ante una problemática mucho más vasta que la producción de biocombustibles y las emisiones de carbono que causan el efecto invernadero, sino de reglas de juego que son estiradas y acomodadas de acuerdo a la conveniencia de quienes dictan las normas, que son los propios países industrializados. Por lo que es preciso abordar el tema desde una visión mucho más global y desprovista de prejuicios e implicancia de intereses, que es lo que ha estado faltando hasta ahora, pese a los enunciados y palabras que suenan tan dulces al oído.
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