Paysandú, Sábado 09 de Febrero de 2013
Opinion | 06 Feb En los últimos meses se ha producido un claro aumento en el número de menores infractores, a tal punto que han colapsado hogares como Colonia Berro y en Montevideo. Esto hace que haya menores durmiendo en colchones en el suelo y que el ambiente interno se torne más explosivo por la cantidad de internos y las dificultades de los funcionarios de controlarlos.
Pero lo que más llama la atención es que prácticamente la mitad de los internos son primarios, es decir no tienen antecedentes y --peor-- tienen entre 13 y 14 años. La mayoría de ellos cometieron rapiñas o arrebatos, que se considera hurto (con arrebato) pero que técnicamente son rapiñas.
Asimismo, en los hogares también hay mayores de 18 años, porque la nueva ley prevé que permanezcan dentro de la órbita del INAU, pero como no hay capacidad entonces conviven con jóvenes de todas las edades.
Esa ley, que recientemente entró en vigencia, establece penas mínimas de 12 meses de reclusión para aquellos adolescentes que cometan delitos graves como homicidio, violación, rapiña, secuestro, extorsión y tráfico de estupefacientes. Esto aumentará el tiempo de internación, incrementando aún más la cantidad de internos.
Estos datos sirven para reflejar claramente la realidad que se vive en Uruguay, donde la inseguridad y el aumento de hechos delictivos no es una ilusión ni un invento de los medios de prensa sino lo que ocurre día a día en las calles.
Aquí en Paysandú se vive una ola de arrebatos, contra la cual la Policía hace todo lo que puede, pero que está, es innegable y se producen hechos todos los días. Muchos de ellos son perpetrados por menores de edad, que precisamente terminan recluidos en esos centros de detención en que ya no cabe ni un alfiler.
Jovencitos que deberían estar preocupados por sus estudios secundarios andan por las calles --a veces muy entrada la madrugada-- con intenciones nada buenas, buscando alguna ventana abierta o algún objeto de valor olvidado en el patio.
Es cierto --como se ha dicho muchas veces-- que es la sociedad la que debe cambiar, la que debe encontrarles un espacio, un lugar a estos jovencitos; pero no es menos cierto que la célula fundamental de la sociedad, la familia, es la que aparece quebrada y la que necesita reagruparse urgentemente. La culpa no solo es de los otros, es de cada padre y cada madre (o responsable mayor) de estos jovencitos que sin antecedentes comienzan a muy temprana edad a delinquir. En los tiempos de los abuelos, unos buenos “chirlos” solucionaban las cosas. Hoy eso no es posible. Pero a veces se hace necesario. Por el bien de los propios luego menores infractores.
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