Paysandú, Jueves 14 de Febrero de 2013
Opinion | 14 Feb Este es el día. Quizás se vean globos con las palabras “Te amo” en algunos autos. Quizás se compren muchos bombones, desafiando al calor. Quizás haya más mesas reservadas para almuerzos o cenas de a dos. Y en la radios las baladas de amor ganarán más espacio aún.
En realidad, si la historia es fidedigna al menos, es una celebración rara. Porque lo que se conmemora es ni más ni menos que la ejecución de un sacerdote que luego fue elevado a Santo y que ha legado su nombre a esta fecha, conocida como Día de San Valentín o Día de los Enamorados. El 14 de febrero del año 270 D.C., el emperador Claudio II lo hizo matar, por realizar casamientos en secreto, cuando él lo había prohibido porque pensaba que los hombres solteros serían mejores soldados sin familia ni compromisos.
Con el paso de los siglos, y ya cuando casi nadie se acordaba del origen de esta historia puro corazón y poesía, durante los siglos XVII y XVIII, en Inglaterra y Francia, los que vivían acomodados comenzaron con la costumbre de intercambiar regalos y cartas perfumadas escritas por los poetas de la época, que así se hacían de algún dinerillo para su supervivencia. Y de ahí a Estados Unidos cuando en 1840 Esther A. Howland comenzó la industria de tarjetas postales masivas.
Amar pues, además de ser el impulso que mueve nuestras vidas, integra familias y provoca llantos al nacer, tiene su día especial, como tantos otros. A fuerza de tantos días especiales que el ser humano se inventa, por cantidad excesiva, quizás dentro de algunas décadas ninguno será especial.
Pero, seamos justos, el amor es ese sentimiento que conmueve al alma, que se disfruta cuando llega, se lucha por mantenerlo vivo cuando quiere tornarse en rutina, y se extraña cuando ya es historia. Y el amor es plenitud. Y vale la pena vivir en plenitud.
Eso solo justifica el Día de los Enamorados y todos sus productos con forma de corazón. Después de todo, hace ya mucho tiempo que elegimos expresar nuestros sentimientos a partir del consumismo. No es eso culpa del amor.
Tiene su parte cruel también, porque a diferencia de -por ejemplo- el día de cumpleaños, exige reciprocidad; es un ida y vuelta; es amar y ser amado. De lo contrario, es como mirar desde la ventana un banquete ajeno.
Pues, como sea, ha llegado y está aquí, feliz y contento con sus 24 horas de gloria. El Día de los Enamorados solo pide que se demuestre amor. No es mucho y hace bien. Esta es esa jornada en la que es bueno “escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón”, como escribió la francesa Marguerite Yourcenar. El corazón sabe cosas que ni imaginamos. Solo hay que saber escucharlo.
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