Paysandú, Sábado 16 de Febrero de 2013
Opinion | 14 Feb Hace pocas horas el presidente José Mujica presidió una nueva reunión en el consejo de ministros, que sigue a una serie de especulaciones que se han tejido en los últimos días respecto al rumbo de la política económica, teniendo en cuenta que las dos concepciones económicas que coexisten en el seno del gobierno aparecen con posturas enfrentadas respecto a las medidas que deberían adoptarse en la actual coyuntura, en la que el gasto público, inflación y el déficit fiscal se han situado muy por encima de las previsiones y hay consenso en que es hora de correcciones.
Ya en el anterior Consejo de Ministros, el titular de Economía y Finanzas, economista Fernando Lorenzo, había advertido sobre la necesidad de que los ministerios se manejen con austeridad ante un exceso en el gasto y el propio presidente Mujica también señaló en la misma línea que ya pasó el “viento de cola”, pese a que Uruguay ha venido sorteando con éxito las consecuencias de un escenario internacional que ya no es el mismo que el de hace unos pocos años atrás.
Ocurre que dentro del equipo de gobierno y los allegados al mandatario hay diagnósticos diferentes sobre el origen y eventuales respuestas a este deterioro de las cuentas públicas y sobre todo para contener la inflación con medidas que resulten realmente eficaces, y no que contengan el Indice de Precios al Consumo (IPC) con medida artificiales como las adoptadas en diciembre último.
Según da cuenta La República, aludiendo a fuentes del equipo económico, no se prevén medidas aisladas sino “un conjunto de medidas que el equipo económico estudia con seriedad. Algunas están en ejecución y otras se analizan”, y subrayaron que la posibilidad de promover acuerdos con las grandes superficies forma parte del estudio, al igual que el análisis de los precios de las frutas y las verduras. También menciona que “desde el gobierno se quiere evitar una inflación sicótica, que como unos aumentan, otros le siguen”.
Es que esa es precisamente la inflación considerada como una sucesión de aumentos en cadena que realimentan costos y desatan a la vez reajustes generalizados para ponerse a tono con los nuevos valores, en lo que naturalmente hay una cuota significativa de expectativas y el afán de “cubrirse”, que multiplica los aumentos reales.
A la vez, desde los sindicatos se piden mayores reajustes salariales, que motivan a la vez más costos para las empresas y la necesidad de subir precios de bienes y servicios para mantener la rentabilidad o por lo menos “seguir tirando” hasta que las cosas se normalicen.
No es ningún invento, desde que así ha ocurrido desde siempre en la historia del país, y las respuestas deben pasar por crear las condiciones para que no se realimente la espiral, en lugar de adoptar medidas puntuales que no van al fondo del problema y solo servirían como se hizo en diciembre, para “maquillar” el IPC, pero sin realmente combatir el origen de la inflación, que naturalmente reapareció con renovado impulso en enero, con casi un dos por ciento que situó el índice anual en casi el nueve por ciento.
Es hora por lo tanto de poner en práctica la austeridad en el gasto público que proclamaba Lorenzo, y no solo hablar del tema, como ha ocurrido hasta ahora, porque el gasto se ha expandido en un diez por ciento y se ha incrementado a la vez el déficit fiscal a un 2,8 por ciento, mientras a la vez los precios se han reajustado al alza, sobre todo en alimentos y bebidas, que castigan a los sectores de menores ingresos de la población, cuyo mayor gasto precisamente radica en los productos de la canasta familiar.
Y mientras han aumentado precios y salarios en una carrera que nunca se va a ganar a favor de estos últimos, a menos que mejore la productividad y se baje el costo de productor que aplica el Estado con sus cargas fiscales y fracturas de servicios públicos, es evidente que abatir la inflación no pasa por apelaciones ni acuerdos con supermercados, aunque sirve por un breve período para disimular el IPC, sino que hay que bajar realmente el gasto público que financian los sectores reales de la economía, los que generan la riqueza, en lugar de seguir pateando la pelota para adelante, con el gasto “social” sin retorno y apuntando a aumentar los impuestos para seguir sacando recurso de los mismos de siempre, como si fuera posible que la fiesta pueda durar para siempre.
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