Paysandú, Viernes 22 de Febrero de 2013
Opinion | 16 Feb Uno de las males crónicos que padece nuestro país en lo que refiere al sistema político son los compromisos electorales internos --a veces también interpartidarios-- de cada colectividad cívica, que refieren a la distribución de cargos una vez se está en el gobierno, teniendo en cuenta que con cada relevo de administración hay un “botín” electoral, correspondiente a miles de cargos que por lo general son de particular confianza y que se designan por “dedazo” de los nuevos gobernantes.
Ocurre tanto en el gobierno nacional como en las intendencias, y a esta altura no hay ningún partido político que no haya caído en estas prácticas que se dan invariablemente por cuotificación política, en un reparto entre quienes recibieron más votos en el acto eleccionario.
Cuando asumió la presidencia el Dr. Tabaré Vázquez, lo hizo estando al frente de una fuerza política que proclamó que se elegirían invariablemente “los mejores hombres para cada cargo”, sin tener en cuenta por lo tanto el origen político o partidario de quien reuniera estos méritos.
Pero ya en el gobierno, los criterios para las designaciones en los respectivos cargos estuvieron muy lejos de cumplir esta premisa, y tal como se hizo por la izquierda en la Intendencia de Montevideo, se designaron ministros y personas para otros puestos de confianza por rigurosa cuota política, porque una cosa es la teoría y otra muy distinta la realidad.
Fue así que cada sector, en base a sus condicionamientos y ordenamientos internos, entre otros aspectos, designó a las personas que ocuparían estos cargos, porque cada ministerio “pertenece” a determinado sector, y no puede haber designaciones de colaboradores extraños a ese origen, aunque resulte el más versado para la función.
Ello explica que por ejemplo el Ministerio de Salud Pública sea feudo del Partido Comunista y que este sector elija e imponga su ministro al presidente, como asimismo hacen otros sectores en cada sector de la administración que está a su cargo.
Lamentablemente, ha quedado muy atrás esta “fábula” del mejor hombre para cada cargo, y encima, tal como han hecho los partidos tradicionales, también se otorgan premios consuelo mediante cargos para frustrados aspirantes que no han obtenido el suficiente respaldo electoral para ser electos, y es así que incluso en embajadas se ha designado a representantes políticos que ni por asomo han tenido alguna formación diplomática para representar al país.
Ello demuestra que en política ya no hay inocentes ni partidos inmaculados, sean de derecha, de izquierda o de centro, y que una cosa es lo que promete y otra muy distinta lo que se hace cuando se tiene el poder y se cree estar por encima del bien y del mal.
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