Paysandú, Sábado 23 de Febrero de 2013
Locales | 17 Feb (Por Horacio R. Brum). Chile es un país organizado y estable hasta el aburrimiento; Uruguay está presidido por un veterano bonachón, que hace de la política una charla de café: esas son las impresiones superficiales que puede tener el viajero después de un recorrido triangular, que concluya en la Argentina del conflicto y la incertidumbre permanentes, gobernada por una señora que parece haber hecho de la neurosis un atributo del poder. De paso hacia Santiago de Chile, este corresponsal encontró en Buenos Aires nuevas situaciones que ponen al país a contramano de las tendencias políticas y económicas mundiales, manteniéndolo firmememente en una regresión histórica.
Hace unos días se implantó el control de precios, una medida que varias décadas atrás fracasó estrepitosamente en muchos países de la región y solo tuvo como efecto el crecimiento desbocado de la inflación que se quería ocultar. Con la perversión de los conceptos que caracteriza al discurso oficial, no se habla de control, sino de “acuerdo de precios”, un acuerdo al cual fueron obligadas las empresas, mediante amenazas de expropiación y chantajes varios, a cargo del todopoderoso secretario de comercio Guillermo Moreno. La oportunidad fue aprovechada para otro ataque a los medios de comunicación, porque se prohibió la publicación de avisos con ofertas y precios de productos que van desde los alimentos hasta los electrodomésticos.
En el frente exterior, el Canciller Héctor Timerman, un personaje más verborrágico que diplomático (fue bautizado “Twitterman”, por su desmedida afición a desparramar opiniones mediante la tecnología de mensajes breves por teléfono celular que se conoce como “Twitter”), viajó a Londres a ofender al gobierno británico y a los habitantes de las Malvinas y puso más lejos las posibilidades de que en el archipiélago se acepte la soberanía argentina. El propósito oficial del viaje era abrir vías para un diálogo sobre las islas, pero cuando su colega británico William Hague propuso que los malvinenses participaran en una reunión, Timerman se rehusó y les negó el derecho a la identidad, al tratarlos de “población implantada”. Una población que vive allí desde mucho antes que los ancestros del funcionario o de la señora Fernández de Kirchner llegaran a la Argentina, y que además es considerada argentina, según las leyes hechas por Buenos Aires para respaldar el reclamo de soberanía. La frase del día del canciller fue su declaración en una conferencia de prensa de que Argentina “quiere ayudar a los isleños”.
Con casi 60.000 dólares de ingreso per cápita, el pasaporte de una de las potencias mundiales y grandes recursos pesqueros y posiblemente petroleros, no parece probable que los isleños necesiten esa ayuda.
Notorio por sus exabruptos y errores de juicio, el ministro Timerman dirige una política exterior basada en una insolencia infantil con las grandes potencias y una amistad incondicional con países de dudosa reputación o insignificantes en la política mundial. Su logro más reciente es la firma de un tratado con Irán, que pone en la órbita de la justicia de ese país las investigaciones del atentado a la sede de la asociación de entidades israelíes AMIA, cometido en la capital argentina en 1994, con 85 muertos. Debido a que algunos de los principales sospechosos son iraníes, encubiertos hasta ahora por su gobierno, la comunidad judía argentina rechazó el tratado, y así Cristina Fernández ha entrado en otro conflicto con un sector importante de la opinión pública y la sociedad.
El discurso insultante, el desprecio por las ideas diferentes y el estado permanente de conflicto, promovidos desde el poder Ejecutivo, asombran a muchos argentinos y extranjeros. “Esta mujer está loca, desequilibrada”, es el comentario común en las calles bonaerenses; pero una explicación más profunda es posible al conocer las ideas de un intelectual europeizado que es el gurú y santo profeta de la Casa Rosada. Cuando este corresponsal trabajaba en la BBC de Londres, en la década de los 80, un catedrático de nombre Ernesto Laclau era el entrevistado favorito para obtener opiniones críticas sobre los gobiernos latinoamericanos que estaban vendiendo todo lo vendible, en nombre de la economía neoliberal. Muy inteligente y con la pedantería de quienes son conscientes de su inteligencia, Laclau integraba el club de rebeldes de escritorio latinoamericanos tan en boga en la época, que promovían la revolución desde lejos, mientras sus compañeros de generación e ideas eran torturados y desaparecidos en todo el continente.
Tras la caída del mundo socialista y con los resultados de la economía neoliberal seriamente cuestionados, ese profesor de la universidad inglesa de Essex se volvió un representante del postmarxismo y cambió su fe en la lucha de clases por el concepto de la democracia radical, en la que todos los antagonismos deben ser expresados. En su opinión, el consenso social no puede existir si se busca el cambio, la división de poderes carece de sentido, porque “el poder legislativo ha sido, tradicionalmente en América Latina, la sede de reconstitución del poder de las oligarquías locales; mientras que, cuando ha habido proyectos más radicales de cambio, estos han residido en el predominio del poder ejecutivo”, y “el conglomerado de empresas de medios ejerce una especie de poder opositor de gobiernos que, muchas veces, buscan corregir errores de gobiernos precedentes de matriz neoliberal”.
Cualquier semejanza con las ideas de la presidenta argentina no es coincidencia, porque ha adoptado a Ernesto Laclau como su mentor intelectual desde que leyó “La Razón Populista” y tal vez “Hegemonía y Estrategia Socialista”, obras clave del postmarxismo. Laclau visita regularmente Buenos Aires, para dar nuevas ideas al grupo de intelectuales Carta Abierta, que proporciona el oxígeno ideológico a la Presidenta.
Tanto aprecio le tiene ella, que en 2011 le ofreció la embajada en Londres, y en 2012 la representación diplomática en París, dos destinos cuya fascinación une a la intelectualidad de izquierda argentina con la oligarquía que tanto denosta el círculo de la señora Fernández de Kirchner.
En ambas ocasiones, la negativa del profeta postmarxista fue cortés pero firme, porque había una condición que no estaba dispuesto a cumplir: cancelar su pasaporte británico, o sea, el mismo que poseen los pobladores “implantados” de las Malvinas, otorgado por el país que, según el canciller Timerman y su jefa, es la encarnación del imperialismo y el colonialismo.
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