Paysandú, Viernes 01 de Marzo de 2013
Opinion | 23 Feb Con apelaciones a la confraternidad y al entendimiento entre “compañeros”, según lo manifestado por el presidente José Mujica, se desarrolló el Consejo de Ministros convocado sorpresivamente por el mandatario en la tarde del miércoles, a partir de la fuerte controversia suscitada a través de medios de prensa entre astoristas y mujiquistas, luego de que el senador Danilo Astori pasara factura públicamente al equipo económico “paralelo” por haber promovido y aprobado el Impuesto a la Concentración de Inmuebles Rurales (ICIR), pese a las advertencias previas sobre la inconstitucionalidad del tributo.
Debe tenerse presente que a lo largo de la historia han sido frecuentes las diferencias en el seno de gobierno de todos los partidos y la izquierda no ha sido una excepción, pese a haber llegado al poder bajo la aureola --autopromovida, naturalmente-- de que la cosa era completamente distinta con el Frente Amplio, donde reinaba armonía y un programa de gobierno común plenamente compartido, además de la fraternidad que permitiría superar los “matices” inevitables en toda fuerza política.
Esto resultaba de por sí poco creíble para quienes tuvieran algún conocimiento de la realidad política y sobre todo de la historia de la gestación de la coalición de izquierdas, que como tal surgió en 1971 a partir de una convocatoria de partidos distintos para oponerse al “establishment” y promover una alternativa de izquierda ortodoxa a la ciudadanía, haciendo conciliar opuestos como el Partido Demócrata Cristiano y sectores ultraizquierdistas, además del Partido Comunista y escindidos de los partidos tradicionales, entre otras vertientes.
Era un momento muy especial, con el país en caos, con una inflación galopante, una fuerte escalada sindical, desbordes de autoritarismo y actos terroristas del movimiento tupamaro, es decir un cóctel que generó las condiciones para que los militares se adueñaran del poder. Tras el retorno a la democracia a partir de 1985, la izquierda fue acumulando poder, para lograr acceder al poder dos elecciones atrás, con una programa de gobierno común, especialmente ambiguo a efectos precisamente de evitar que las diferencias salieran a flote.
Pero una vez en el poder, se ha necesitado hacer un común denominador de la “propuesta” de cada sector, con visiones muy distintas y a veces antagónicas, sobre todo desde el punto de vista del sesgo de las políticas económicas y sociales.
Felizmente para la izquierda, pero también para todos los uruguayos que queremos lo mejor para el país --esté quien esté en el gobierno-- el gobierno encabezado por Tabaré Vázquez resultó favorecido por un escenario internacional muy receptivo a nuestros productos, altos precios y bajas tasas de interés, lo que alentó las exportaciones de los sectores primarios de nuestra economía, que ha permitido reciclar riqueza y obtener recursos para apuntalar el desenvolvimiento socioeconómico del país.
La Administración Mujica le ha sucedido bajo el mismo signo de “viento en la camiseta”, pero con un entorno algo menos favorable, pautado ya por la crisis internacional de 2008 y una incertidumbre en Europa que todavía está lejos de despejarse. Así, recibimos fuertes señales de desaceleración que se ciernen sobre nuestra economía, donde sin embargo el gobierno ha seguido embarcado en un aumento del gasto público que más temprano que tarde nos va a condicionar fuertemente y ya está arrastrando a los sectores productivos, sobre todo los que aportan valor agregado, a una creciente pérdida de competitividad y pérdida de puestos de trabajo.
Los problemas han puesto más que nunca al desnudo las contradicciones entre “astoristas”, que conducen la economía, y “mujiquistas”, que hasta ahora los voceros del Frente Amplio habían atribuido a “inventos” de la derecha opositora, pero que han terminado por reconocer como una verdad imposible de disimular. Todo esto con el condimento de fuertes cruces a través de la prensa y reproches mutuos en el Consejo de Ministros, pese a que ante la prensa el presidente José Mujica minimizó los problemas y dijo que entre “compañeros” se pueden registrar roces pero que no por ello se debe perder de vista la fraternidad.
Lo que quizás resulta más preocupante es que estos terremotos ocurren cuando el país todavía crece a un ritmo esperado del 4% anual, algo que hace una década se consideraba excelente, pero que ante las exigencias en el aumento del gasto de los sectores más radicales del partido de gobierno –que hasta ahora han impuesto su voluntad--, es totalmente insuficiente. No estamos en recesión, tampoco al borde de un colapso económico como el que sufrimos en 2002; sólo pasamos de crecer del 10 ó 12% anual –niveles récord de las últimas décadas—a este 4% que no alcanza para seguir dilapidando recursos como hasta ahora.
Ante estos choques, es de esperar que la sangre no llegue al río, aunque haya de por medio intereses electorales de los sectores involucrados, y que se eleven las miras para mantener un rumbo coherente, atento a las avatares del entorno internacional y regional, para sobre todo ser prudentes con el gasto y tener la visión de rectificar errores en el área que sea, aunque se paguen costos políticos.
Es que el país somos todos, como ciudadanos debemos querer lo mejor para los uruguayos, y no afiliarnos a la tesis de cuanto peor, mejor, como sí lo hacen quienes solo anteponen sus intereses a todo lo demás y medran en el caos.
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