Paysandú, Domingo 03 de Marzo de 2013
Locales | 27 Feb La princesa abusada
y nuestra justicia
Había una vez una princesa, de 4 años, dulce, hermosa, de bucles dorados, ojos color cielo, y una sonrisa luminosa. La princesa nació cuando el rey y la reina se habían separado, cada cual vivía en su castillo.
La princesa no supo de hogar, sino de dos castillos. Su infancia transcurrió entre dos reinos diferentes. Dos días a la semana el rey venía por ella al castillo de la ex reina, un rey que la amaba mucho.
Cada quince días, la princesa gozaba de un fin de semana con el rey, quien le mostraba, todas las maravillas del reino, juegos, parques, termas, paseos. Un rey que quería compensar su soledad con amor, pues la reina fue quien determinó la separación.
Aún así la princesa desarrolló una inteligencia aguda, un lenguaje claro y preciso, una simpatía y unas ganas de vivir extraordinarias. Cuando visitaba el castillo del rey, maravillaba la corte de sus amigos con sus inteligentes ocurrencias, su inocencia fresca y su risa de cascabeles que llenaba el castillo y se expandía en el espacio.
Pero un día la reina decidió abandonar su soledad, y trajo a su castillo una pareja y la presentó a la princesa de 4 años y al príncipe de 8 años. Los príncipes miraban al extraño, pero en su corazón había solo lugar para el rey. Un día la princesa no pudo acompañar al rey a las termas, pues la reina informó que poseía una infección en las vías urinarias. A los pocos días el rey la busca y la princesa lloraba por ir con su padre, el rey insiste y la lleva a su castillo.
Al bañarla amorosamente, como siempre, la princesa se queja “de dolores en la cola”; al ser interrogada por el rey, responde, “son los dedos de ‘F’” (la pareja de su madre).
El padre constata irritación y dilatación de sus partecitas íntimas y horrorizado la lleva a Urgencias, donde se informa “probable abuso sexual”. Con la inocencia propia de las princesas relata sin dudar los detalles de la violencia sufrida, de la violación de su infancia.
La doctora que la atendió le dice: “Si usted. quiere haga la denuncia”.
El padre concurre a Violencia Doméstica, pide un forense, le es otorgada la tenencia provisoria de los príncipes.
Declara la princesa ante la jueza de familia; sus declaraciones inocentes pero muy precisas; supongo que conmueve a quienes escuchan. La ve el forense.
El rey la hace ver por una psicóloga a fin de informar las condiciones emocionales de la princesa, su inteligencia, la veracidad de sus dichos, de la cual ni el rey ni la corte de amigos dudamos, pues es conocida la inteligencia de la princesa y su lenguaje claro y sencillo, sincero. La princesa declara: “Le conté a mamá, pero me dijo: ‘No Te preocupe que ‘F’ va a mantener sus manos quietas, que no le cuentes a papá”.
¡Pobre princesa! Fue raptada de su infancia feliz, aunque fragmentada, por un personaje oscuro y sucio y llevada a un mundo perverso, desconocido y brutal.
Aún en su mente infantil se suceden los hechos sin entender, la vida dio un vuelco, tenía dos castillos, ahora solo uno. Jugaba con su muñeca de paño, la mirada perdida, se da vuelta y me dice: “Yo no entiendo porque pasa todo esto”.
El príncipe horrorizado, siente una profunda culpa, y manifiesta a su abuela: “Entonces yo debía de tirarme de un edificio de diez pisos”. Son solo 8 años que fueron destrozados por esta fuerza oscura y sucia.
La princesa fue sacada de su inocencia, sufrió los sucios actos de un ser perverso y fue expuesta ante funcionarios.
¡Qué ironía! Sus 4 años la hacen débil, hay que dudar de ella, total es tan frágil, hay que probar que imagina cosas. Entonces la suciedad será vestida de luz y de justicia, y la inocencia de la princesa revolcada en el barro sucio de un mundo adulto que no escucha los niños.
¡Pobre princesa! A pedido de la reina debe concurrir a una oficina del reino, para hablar con ella. La reina insiste que eso no sucedió. Pero lo que nos asombra a los amigos del rey, que conocemos a la princesa y que no dudamos de su inocencia y de la veracidad y claridad en detalles de su relato, es que la madre dude de los dichos de la princesa.
Nadie puede contar con tanto detalle a esa edad, sino lo vivió. Creo yo.
¡Pobre princesa! A esta edad no conoce el código penal, ni los vericuetos del debido proceso, ni esas cosas técnicas; solo conoce lo que vivió y eso dijo con claridad.
¡Pobre princesa! Que su causa dependa de la lucidez, conciencia y decisión, de adultos que aún dudan, cuando la inocencia está frente a ellos. Que pueden ser indecisos, ante este acto horrendo, cuando sus relatos son claros.
Princesita, solo te queda confiar en EL, que está por sobre todas las cosas.
Aquel que dijo: “Nada habrá oculto que no sea descubierto”.
Aquel que dijo: “Toda cosa que hagáis a este pequeños a mí me lo hicisteis”.
Aquel que dijo: “Si le hacéis mal a uno de estos pequeños, más os vale ataros una piedra de molino al cuello y arrojaros al mar”. Así sea, así sea, así sea, así sea, Padre.
Solo te pido que ilumines a los funcionarios de la Justicia, que los guíes en la dilucidación de la inocencia y la veracidad, y los laberintos oscuros de mentes tenebrosas que ensucian todo lo que tocan.
Padre: y si la Justicia fallara, porque es humana, y los humanos fallan más seguido de lo que conviene, yo te invoco para que cumplas lo que dijiste.
Toda tu luz, todo tu poder, toda tu justicia arrolladora, envíala Padre como convenga a tu sabiduría, contra aquellos que atentaron contra esta princesa, hija tuya y hermanita de todos nosotros. Sacude los falsos tronos de los mal llamados justos, azota con vergüenza a los impíos, impone tu justicia, pues ella siempre ha sido.
Y perdóname por ser humano, Padre, perdóname, porque no sé cuánto me costará olvidar y perdonar, perdóname a mí. Pero siento un profundo asco.
Justicia Padre, solo Justicia… Tú conoces el corazón de la princesa, pues estás en ella y ella en ti. A ti mancillaron Señor.
Y aviso a los que viven en esta tierra, que esto sucedió en un pequeño reino, en un territorio que se llama Paysandú.
Cuidad a los pequeños, no seáis perezosos, pues todo lo que les ocurra, os será demandado, con dolor y vergüenza.
Así sea.Maestro Marcelo Noriega
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