Paysandú, Sábado 09 de Marzo de 2013

Los venezolanos se deben la reconciliación

Opinion | 06 Mar La desaparición física del presidente venezolano Hugo Chávez, como toda muerte de un ser humano, que ha luchado además --pese a toda la asistencia médica que haya tenido-- solo y se ha puesto en manos del Ser Supremo, como creyente que se ha proclamado desde siempre, no deja de ser un hecho lamentable, más allá de las distancias que desde el punto de vista político ideológico y los reparos que se pueda tener respecto al perfil autoritario de su gestión.
Carismático, impulsivo, locuaz hasta el hartazgo, pero a la vez con dotes de gran comunicador y cautivador de multitudes a las que supo conquistar con promesas populistas --que ha cumplido parcialmente, pero al precio de sumir a Venezuela en una profunda crisis económica pese a su enorme riqueza petrolera--, sin dudas que el desaparecido líder de la denominada “revolución bolivariana” ha marcado un hito en su país y en el subcontinente. No es un secreto para nadie que desde su acceso a la primera magistratura, las sucesivas reformas constitucionales que promovió para seguir ocupando el poder, fueron un trampolín para su lanzamiento a la arena internacional, en la que ha tenido muchos seguidores y a la vez generó simpatías en base a inversiones y petrodólares que manejó hábil y generosamente hacia los países del sudamericanos.
Indiscutible como líder que arrastró multitudes, comparable a lo que lo fue en su momento Juan Domingo Perón en Argentina, en base a populismo y decirle a la gente lo que quería escuchar, seguramente deja un legado que es mucho más comprometido que lo que puede aparecer a simple vista, pese a la riqueza petrolera de su país, que por encima de su persona controvertida, desaprovechó en cuanto a generar las transformaciones que necesita la nación caribeña para promover su desarrollo y mejorar la calidad de vida de su pueblo sin apoyarse exclusivamente en la riqueza petrolera.
Desde ese punto de vista, sin dudas Chávez no ha aportado soluciones a los problemas de la economía venezolana, azotada por una inflación que es por lejos la mayor del continente, con serios problemas de infraestructura en todas las áreas, sobre todo en los sectores productivos, y que sigue dependiendo de las importaciones de una enorme cantidad de artículos que estaría en condiciones de producir si no resultara más cómodo seguir volcándose a la importación en base a los ingresos obtenidos por el petróleo.
Tampoco ha sido suficiente la mejora de la calidad de vida de la población, pese a los ríos de dinero en gastos sociales, porque se ha confundido asistencia con apoyo a la sustentabilidad; aunque debe reconocerse que los gobiernos que lo precedieron tampoco hicieron gran cosa por cambiar este escenario y que en cambio en todos los mandatos –incluidos el de Chávez, naturalmente-- ha seguido imperando la corrupción en las altas esferas. Es decir que la desaparición física de Chávez ocurre en un momento crucial para Venezuela, que tuvo que devaluar su moneda recientemente porque no podía sostenerse la paridad cambiaria con el dólar, y además también se dispone a incrementar el precio de los combustibles, --ridículamente baratos, por cierto-- lo que a la vez contribuiría a aumentar una inflación ya de por sí fuera de cauce.
Pero seguramente el peor legado que ha quedado es de carácter político, porque debido a su enfermedad Chávez no pudo asumir nuevamente la primera magistratura y existe una fuerte discusión de carácter institucional, en cuanto a la posibilidad de que deba llamarse nuevamente a elecciones.
Se estría promoviendo entonces un chavismo sin Chávez, en un país en el que desde la irrupción del desaparecido mandatario las diferencias con la oposición se manifiestan a través de insultos y la intolerancia, con acusaciones mutuas pero sobre todo con groseros agravios lanzados a menudo por el designado sucesor Nicolás Maduro, quien hasta pocas horas antes de la muerte del líder desacreditaba los reclamos de la oposición de que se dijera la verdad sobre el estado de salud de Chávez.
El vicecanciller Nicolás Maduro horas antes habló en vivo rodeado de todo el equipo de gobierno, pero lejos de dar detalles sobre la salud del mandatario, dedicó más de una hora a atacar a la oposición y a los “enemigos del país”, a quienes acusó de haberle provocado el cáncer al líder bolivariano. No sería de extrañar que alguna próxima investigación “descubra” que el principal líder de la oposición, Henrique Capriles, quien hace sólo cuatro días había asegurado desde Estados Unidos que el gobierno venezolano mentía sobre la verdadera situación de Chávez, es uno los “traidores” a los que se refería Maduro, justificando así una medida extrema para “asegurar la democracia de los ataques del imperialismo”.
Y como era de esperar, las reacciones al discurso comenzaron a conocerse al poco tiempo de haber terminado. Principalmente se criticó el hecho que el gobierno mantuviera el manto de duda e incertidumbre sobre el estado de Chávez, mientras que expertos médicos insistían en que el tratamiento era en realidad un paliativo y no un camino para vencer la enfermedad.
Es de esperar, que más allá de las escaramuzas que surjan tras el interregno que inevitablemente seguirá a la desaparición física de quien ocupara el poder absoluto por más de una década, los venezolanos sepan encontrar el camino de la conciliación, de la tolerancia, de deponer actitudes beligerantes y hacer que al fin de cuentas, la supuesta revolución bolivariana se transforme realmente en un encuentro de hermanos y no en un ámbito de confrontación, como ha sido hasta el presente.


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