Paysandú, Martes 12 de Marzo de 2013

La productividad no debería ser mala palabra

Opinion | 07 Mar Cuando estamos ante un recrudecimiento de la inflación que echa por tierra con las previsiones del equipo económico de gobierno, habría una carta infalible para jugar, que es la de la productividad, que significa una mayor eficiencia en horas-hombre y consecuentemente un abaratamiento en el precio de cada unidad de producción o servicio.
Pero este factor no se pone sobre la mesa por los sindicatos en la negociación salarial y tampoco lo hace el gobierno a la hora de negociar con los sindicatos de funcionarios públicos, porque solo se negocian salarios y condiciones de trabajo, lo que explica que nuestro país, como prácticamente toda América Latina, siga “ostentando” –es un decir-- los índices de productividad más bajos del mundo. Incluso en los sindicatos se maneja este factor como un signo de dependencia de clases o explotación por la patronal hacia los dependientes.
Ergo, si el tema ha sido deliberadamente dejado a un lado, nos encontramos con que se pierde pie en el mercado internacional ante competidores que sí aplican a rajatabla este principio de mayor producción por horas-hombre, y presentan productos y bienes con una mejor ecuación calidad-precio.
Por supuesto, este no es el único elemento que nos hace perder competitividad, sino que seguramente el mayor obstáculo para nuestros exportadores y los que compiten contra los productos importados es el costo país, es decir el costo que aplica el Estado a los sectores productivos y que éstos inevitablemente deben trasladar al precio final.
Hay sin duda otros temas sobre la mesa, algunos de los cuales son expuestos por ejemplo por el economista Juan Ariel Bogliaccini --uruguayo, de 35 años, licenciado en sociología por la Universidad Católica del Uruguay y con maestría en política educativa, así como doctor en Ciencias Políticas--, en el suplemento Economía y Mercado del diario El País.
Considera que en términos de reforma del Estado, Uruguay presenta un problema congénito, muy grave, que tiene que ver con iniquidades estructurales de apropiación de la renta. “Los uruguayos nos hemos apropiado, en distinta medida, de los recursos nacionales y del Estado y cuando ello sucede, los que se apropian más son los que tienen mayor poder”, consideró.
Reflexionó que ello opera en contra de la equidad, pero también en contra de la eficiencia y de las posibilidades de crecimiento, en tanto además “hay uruguayos muy protegidos y otros desprotegidos, las diferenciales de protección no se condicen con los diferenciales de riesgo de unos y otros, lo que no se ha logrado cambiar. Por ejemplo, la inamovilidad en el Estado es un problema muy grande que en el mediano plazo pone en jaque la subsistencia del modelo de negociación que tenemos”.
Evaluó que “todos los sistemas de negociación salarial atados a la productividad, en el corto o mediano plazo, funcionan porque tanto los empresarios como los trabajadores comparten riesgos: los empresarios de fundirse, los trabajadores de perder su empleo. Hay un trade off entre empleo y remuneración, en donde se podrá incrementar la remuneración hasta determinado momento, pero hay que decidir si se sigue incrementando y se genera pérdidas de puestos de trabajo o se pone un límite para proteger el empleo de todos”.
“En el sector público, donde en la práctica existe la inamovilidad, no hay ese trade off entre empleo y productividad. Eso hace que la lucha salarial no conozca límites. Hay que estudiar en serio qué pasó en la crisis de 2002. Los que se quedaron sin empleo fueron los privados. Este tipo de privilegios creo que va en contra del espíritu republicano. ¿Por qué hay prebendas de ese tipo? Es complicado para la sostenibilidad del sistema y para la sociedad”, indicó.
Ese es un punto interesante que hemos analizado en más de una oportunidad en esta página editorial, que tiene que ver con lo sostenido también más de una vez por el presidente José Mujica respecto a que es “un boleto” hacer una huelga teniendo al Estado como patrón, al no ponerse en juego la estabilidad del empleo, como así tampoco la empresa, porque las cuentas en rojo serán enjugadas por Rentas Generales. Y además poco y nada importan la productividad ni las exigencias de trabajo porque se está en régimen de monopolio y aunque haya competencia, tampoco nadie va a ser despedido por esa causa ni mucho menos.
Es que como reflexiona bien Bogliaccini, en cuanto a la productividad debemos comprender que competimos en el mercado global y que no hay alternativas cuando quien más quien menos se juega el todo o nada a la productividad, que es clave, y a ese nivel no se discute siquiera la necesidad de ser más productivo, en tanto por estos lares para muchos sindicatos el tema sigue siendo mala palabra.


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