Opinion | 20 Mar Hace 520 años, ya camino a 521 años, La Niña, La Pinta y la Santa María transportaron a marinos que salieron en busca de la India y sus especias adonde creyeron haber llegado el 12 de octubre de 1492. No fue así, pero --de paso cañazo-- descubrieron para el mundo hasta entonces conocido una tierra a la que luego llamaron América.
Ahora, en un sentido religioso, parece que los europeos vuelven a la carga con su intención de hacerse la América. Ahí está Francisco, el Papa nacido en Argentina, latinoamericano, que puede traer aire fresco, rejuvenecer a la Iglesia Católica; que habla de “che” y que toma mate.
Francisco, que inició su pontificado en la víspera, llegó desde el fin del mundo --como él mismo lo dijo-- con la intención de que la iglesia abandone su posición eurocéntrica. No obstante, no hay que confundir su claro sentido americanista con el lugar que ocupa este jesuita (otra novedad). Porque El Vaticano, aunque un estado minúsculo, ejerce un extraordinario poder e influencia mundiales. La elección de un Papa, que no es solo el líder espiritual de los católicos, es una historia de poder, que fascina globalmente a través de la televisión, y ahora con enorme repercusión en las redes sociales.
Pero sí, la Iglesia Católica ha demostrado estar dispuesta a compartir ese poder más allá de los límites europeos. Ahí está el Banco Mundial con sus presidentes siempre estadounidenses; ahí está el Fondo Monetario Internacional con sus presidentes siempre europeos. La Iglesia Católica --que sabe por vieja-- ha comprendido que el 80% del crecimiento económico no se genera en Europa, por lo que ha decidido abrirse a un continente bastante más joven, y al mismo tiempo con más energía y optimismo.
No obstante, es evidente que esta operación de sustitución de un papa que dimite, por su incapacidad de someter a una curia plagada de escándalos, no se puede haber preparado en pocos días. Ya en 2005 el hoy Papa Francisco estuvo a punto de ser electo, aunque finalmente lo fue el renunciante Benedicto XVI.
La Iglesia Católica quiere renovación y probablemente la manera de concretarla ha sido considerada en secretas reuniones. Ya está aquí un nuevo mundo con un reparto más equilibrado y generoso de roles. Ya está aquí un Papa que habla italiano en extranjero.
Después de todo, la Iglesia Católica, con sus 1.200 millones de fieles es ni más ni menos que la mayor multinacional del mundo. Además, la más antigua. Los hombres de rojo, en general cargados de años, han mandado un claro mensaje que otra iglesia es posible, más evangélica, que mira más a los pobres del mundo.