Paysandú, Domingo 31 de Marzo de 2013
Opinion | 24 Mar La clase media uruguaya, generadora del crecimiento del país entre 1940 y 1970 y con una gran caída de sus ingresos durante la dictadura y muchos altibajos los años posteriores, tuvo a su favor una tradición de consumo necesario en lo cotidiano y la “idea fija” de la casa propia apoyados en políticas de gobierno como las de la década de 1950, con grandes facilidades para el acceso y costos razonables para construir. Después de la casa --y si se podía-- venía el auto para los domingos o los días de lluvia.
Años de salarios bajos en relación a las décadas anteriores y la sistematización en un país que promovió el consumo de lo no necesario –aunque generalmente disfrutable y cómodo- cambiaron las tradiciones. Las grandes casas construidas en las primeras décadas del siglo pasado que albergaban simultáneamente dos o a veces más generaciones de la misma familia, habían pasado a ser viviendas para una sola, con la realidad de ese entonces con un país donde tener la casa propia no era tan difícil para quien tenía un trabajo estable. Y se pensó que eso seguiría así.
Los años posteriores, con trabajos no tan estables ni tan bien pagos, implicaron que acceder a una vivienda no fuera tan fácil y el crecimiento vegetativo de Uruguay –aunque con una tasa de natalidad muy baja- llevó a lo que pasa hoy: un déficit de viviendas, que por otra parte produce un aumento sensible en el precio de los alquileres.
Desde hace unos años se está promoviendo el acceso a la vivienda, generándose préstamos a cooperativas, con los planes de vivienda social de la Agencia Nacional de Vivienda o con hipotecas para la compra por medio del sistema bancario.
Sin embargo, para una familia donde trabajen los dos mayores y que pueda comprar –o herede o acceda a- un terreno, construir puede ser casi un imposible. Según el análisis de costos, el metro cuadrado de construcción ronda los 1.200 dólares, unos 24.000 pesos, mientras la mano de obra es al contado y los materiales no tienen una financiación larga. Sin contar el valor del terreno, una casa de dos dormitorios, con materiales comunes y sin lujos, cuesta en el entorno de los 55.000 dólares.
Considerando que la inversión tanto pública como privada en viviendas es escasa, tal vez sea hora de que el gobierno considere estos costos y pueda generar una “canasta” de materiales donde haya exoneraciones impositivas y un costo de mano de obra diferencial para el acceso a la vivienda única para familias de clase media. Esto evitaría que el mismo Estado sea responsable de construir, financiar y muchas veces subvencionar las viviendas, y podría volver a instaurar la tradición en los hechos perdida de la casa propia.
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