Paysandú, Martes 02 de Abril de 2013
Opinion | 26 Mar Hace poco más de un mes, la conocida fábrica de electrodomésticos uruguaya Delne cesó su producción, por lo que envió al Seguro por Desempleo a todo el personal de planta que le quedaba, que no superaba la veintena de personas, así como parte del administrativo. En los hechos se trata del cierre definitivo de esta industria, en un contexto general de problemas de subsistencia que se da en prácticamente todos los sectores.
En este caso, de acuerdo a la información que aporta El Observador, las razones de la medida obedecerían al constante aumento de los costos, incluyendo los salariales y a la conflictividad laboral con el gremio de las metalúrgicas, en tanto desde la empresa se dio cuenta de que no cerró sus puertas sino que ha interrumpido su actividad fabril.
La firma importa –y hasta ahora también fabricaba en cierta medida-- una amplia gama de electrodomésticos como hornos, microondas, lavarropas, calefones, cocinas y equipos de aire acondicionado, entre otros. Fuentes de la Cámara de Industrias del Uruguay (CIU) advirtieron que ya la empresa había comunicado la situación a esta gremial cuando adoptó la decisión, y destacaron que el principal motivo esgrimido fue la “pérdida de competitividad” en la producción local respecto a los artículos importados, más allá de las diferencias de calidad existentes, que dejaban a la empresa fuera del mercado.
En realidad, según se sabe, esta era la última empresa uruguaya que todavía fabricaba cocinas.
Pero en los últimos tiempos esta actividad se ha convertido en un intento quijotesco y los números terminaron por dar por tierra con todo intento de producción nacional en esta área, ante la invasión de productos importados, pese a que incluso la empresa había concretado una inversión “importante” hace unos años, lo que resultó inútil ante las condiciones productivas que la fueron sacando del mercado.
Desde ahora Delne se suma a las miles de empresas uruguayas que se reconvierten, pasando a ser simples importadoras con marca propia, algo que sólo brinda ventajas con respecto a la fabricación nacional.
Por lo pronto, los problemas –y por lo tanto, reclamos-- gremiales se reducen a un mínimo, los gastos en salarios también, no es necesario mantener un taller --con insumos, maquinaria, stocks y demás--, las exigencias de seguros, bomberos, seguridad industrial, etcétera, se reducen a lo que se necesita para un depósito cerrado cualquiera, y no hay que romperse la cabeza actualizando matrices, diseñando productos que siempre van de atrás de los de las grandes fábricas internacionales que además son más baratos.
No es extraño entonces que el sector industrial perciba que este no es un caso aislado y tienda a generalizarse, con el antecedente de que en enero la industria manufacturera elevó en 9,4 por ciento el envío de personal al Seguro por Desempleo respecto al año anterior, de acuerdo a las cifras del Banco de Previsión Social (BPS), y es así que el sector actualmente tiene 7.400 trabajadores en esa situación.
Un caso concreto de reconversión lo tenemos en la empresa Motociclo, que basaba sus actividades en la fabricación y armado de bicicletas para la exportación hacia Argentina, y que nunca pudo destrabar las ventas hacia ese mercado, pese al Mercosur, lo que fue determinante para que pasara su rubro exclusivamente a la importación.
La industria es un sector que genera y recicla recursos mediante infraestructura de apoyo, incorporación de tecnología, insumos y empleo de mano de obra especializada, con un elevado valor agregado.
Pero el escenario del costo país, que se ha incrementado sustancialmente en los últimos años, conjugado con una relación cambiaria que favorece las importaciones, ha sido determinante para que el trabajo uruguayo en la industria se haya ido perdiendo. No puede extrañar a su vez que año a año siga en descenso el porcentaje de productos con valor agregado que exportamos.
Es decir que el costo país, los impuestos, el costo de los insumos, de los salarios, de la energía, el peso del Estado, la conflictividad gremial –siempre disimulada por los “acuerdos” alcanzados que publicita el gobierno--, sigue expulsando mano de obra calificada y las empresas hacen malabares para subsistir, para competir, hasta que en muchas ocasiones les queda solo la opción del cierre o reconvertirse a la importación para colocar trabajo que se genera en el extranjero, y a menudo con la propia materia prima que les vendemos.
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